Carlos Mármol

Mapa de riesgos meteorológicos

La Noria

Los municipios de la Campiña y la Vega del Guadalquivir vuelven a quedarse solos ante unas inundaciones que demuestran que las prioridades de los políticos son radicalmente opuestas a las que dicta el sentido común

26 de diciembre 2010 - 01:00

AL principio parecía que iba a ser un suceso puntual. Secundario. Pero no era un asunto que fuera a evaporarse con el paso de los días. De hecho, se ha convertido en el triste epílogo de un año -2010- que pasará a la historia como el más negro de la etapa reciente. Las comarcas sevillanas de la Campiña y la Vega del Guadalquivir llevan ya más de dos semanas seguidas cercadas por el agua, con buena parte de sus cascos urbanos inundados. Mirando al cielo con temor y terror. Sin poder ni siquiera pisar el suelo sin correr el riesgo de resbalar. Con una sensación general de desamparo cósmico bastante cercana a la realidad.

Es curioso: los momentos de las grandes desgracias, en los que realmente nos damos cuenta de lo solos que estamos en esta vida, nos cogen por lo habitual mirando un caudal infinito de agua. Algunos tienen la suerte de caer en la cuenta de la levedad humana contemplando el mar. Otros, como los vecinos de Écija y Lora del Río, sólo tienen que asomarse al balcón de sus casas para reparar en las dimensiones de su particular océano y certificar que, aunque nos vengan diciendo lo contrario desde hace mucho tiempo, la naturaleza siempre termina imponiéndose al hombre antes o después. En realidad nunca hemos conseguido doblegarla, tan sólo limitarla. Y no siempre.

FALTA DE PREVISIÓN

En Écija el desbordamiento del arroyo Argamasilla tiene en jaque desde inicios de diciembre a todo el pueblo. También a la Junta de Andalucía, administración responsable de prevenir las riadas. Porque las inundaciones, frente a lo que dicta la vieja tradición bíblica, pueden augurarse de forma más o menos eficaz gracias a la meteorología y a lo que los técnicos denominan mapas de riesgos. Cuestión distinta son las razones por las que con estas herramientas en la mano nadie ha hecho nada -o al menos todo lo necesario- para impedir las imágenes grises que estos últimos días ilustran la inundación de estas dos localidades sevillanas. Estampas tristes que contradicen el discurso del presidente Griñán en contra de los usuales tópicos andaluces.

Las inundaciones han sido en Sevilla un denominador común a lo largo del tiempo. De sobra sabemos que no se evitan con campañas de imagen, sino con planificación, decisiones políticas e inversión. Probablemente los tres factores que han fallado estrepitosamente este año.

La intensidad de las lluvias del invierno, húmedo y desangelado, está convirtiendo en una auténtica pesadilla la vida diaria de estos municipios, que no se han recuperado todavía de la primera riada cuando deben hacer frente a la segunda. Y a la tercera. En Écija se ha vivido esta semana, entre impotencia, barro y viento, el cuarto ataque fluvial consecutivo en menos de 15 días. Como el arroyo que lo provoca no se va a mover de donde está y seguirá lloviendo a lo largo del invierno, todo hace indicar que la cuarta inundación no será la última vez que el agua salga fuera de su cauce natural.

El presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, acudió hace unos días a la zona dada la gravedad de los daños. Lo hizo más tarde que el líder de la oposición en Andalucía, Javier Arenas (PP), que se retrató con las botas de agua durante la primera jornada de la catástrofe, hace ya más de una semana. Griñán fue a Écija después de que la agenda política entrara en ebullición tras conocerse la última encuesta sociológica oficial, que otorga casi diez puntos de ventaja electoral a los populares sobre los socialistas. Algo inaudito en Andalucía.

Con independencia de la evidente influencia que este factor electoral tiene que ver con respecto a ambas visitas, lo que quizás convendría preguntarse es si en lugar de hacer sus insólitas puestas en escena no hubiera sido mejor que los dos no hubieran aparecido por allí hasta no arreglar el problema de fondo. Su consternación llega muy tarde. Y da la terrible impresión de ser impostada. Oportunista.

Es cierto que el dispositivo de emergencias que trabaja en la zona está funcionando bien. De momento no hay desgracias personales, sólo materiales. Pero la falta de capacidad de ambos políticos para adelantarse a acontecimientos como éste probablemente les pasará factura. No puede explicarse a nadie en su sano juicio es que un municipio del tamaño y la importancia de la ciudad de las torres tenga que estar supeditado a los caprichos del cielo y esperar años para que su principal enemigo fluvial -un afluente del Genil- sea reconducido de forma artificial.

Está previsto que las obras para entubar este arroyo no terminen hasta 2013. Dentro de tres años. Ni con ellas desaparecerá por completo el peligro: la intensidad de las precipitaciones caídas ahora supera con creces la capacidad futura de evacuación que tendrá, una vez acabado, el canal fluvial cuya financiación tan sólo hay que agradecer a los fondos europeos. La seguridad completa ante las inundaciones, obviamente, no existe. Pero de ahí a prometer que con estas obras desaparecerá por completo el problema hay un largo trecho. No es verdad. Écija necesita un plan permanente contra las riadas en lugar de medidas puntuales como la limpieza de los cauces fluviales abandonados, que es todo lo que hasta ahora ha hecho la Junta.

Lo más sorprendente de la cuestión, sin embargo, son varias pregunta: ¿Cómo es posible que Écija, con su tamaño y su población, esté así? ¿Cómo se explica que en Lora del Río, donde el pasado año también se sucedieron las inundaciones, su alcalde concediera una licencia urbanística para construir pisos en zona inundable? ¿Por qué no exigió el regidor la construcción de un muro de defensa ante el Guadalquivir a los promotores? ¿Por qué la Junta no lo impidió?

Nadie va a responder. Son preguntas incómodas. Unos optarán por guardar un elocuente silencio. Otros disimularán los olvidos pretéritos prometiendo una atención extraordinaria que se diluirá en cuanto deje de llover. El año que viene la rueda del agua volverá a girar tras la entrada del otoño. Se repitirá el mismo ciclo de excusas de siempre: lluvias, desbordamientos y el río entrando en casas propias y ajenas a través de la red de saneamiento. Una pesadilla que es tan real como recurrente.

La inmensa vulnerabilidad de la Vega y la Campiña frente al agua permite sacar también otra conclusión bastante más descorazonadora. ¿Tienen los políticos las mismas prioridades que la gente normal? ¿Hacen lo que aconseja el sentido común? Tanto a Griñán como a Arenas se les ha ido de las manos el año 2010 mientras luchaban a brazo partido por consolidarse en el poder (en el caso del presidente) o por ganar apoyos para su hipotética conquista (si nos referimos al aspirante popular). Mientras todo este cansino ceremonial se celebraba por capítulos, mientras el Parlamento andaluz era escenario de sus habituales enfrentamientos dialécticos semanales, mientras sus agendas de trabajo se llenaban de un sinfín de sonrisas y cómodos protocolos, ninguno hacía nada para proteger a Écija y a Lora del agua. Así es la política por estos pagos. Más aparente mientras más inútil. A los afectados por el temporal estas medallas políticas que suelen ponerse los gobernantes en el pecho no les sirven de nada. Ni siquiera para secarse.

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