La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Palabra en el tiempo
SOSTIENEN las crónicas parlamentarias que Rodríguez Zapatero sorprendió ayer en el Congreso a Mariano Rajoy. Bueno, no sólo a Rajoy, pero especialmente a él. ¡Zapatero se transformó en Rajoy! El presidente del Gobierno dejó que despuntara una barba imaginaria en sus mentones rasurados, le dio una sombra astigmática a sus ojos vivos, se caló las gafas de registrador de la propiedad, se cambió el peinado, añadió a su voz firme un ligero temblor y subió a la tribuna del Parlamento. Era el día de la sesión de control del Gobierno, pero Zapatero, en vez de emplear la clásica esgrima que al final se desvanece en tablas, se desdobló en Rajoy, se hizo carne ideológica suya, y fue resumiendo las medidas de un imprevisto paquete de impulso económico.
Imagine el lector que es Rajoy, y no Zapatero, quien está en el uso de la palabra cuando abre la caja de las revelaciones y surgen, como trallazos, los petardos de las privatizaciones. Primero, la gestión de los aeropuertos de Madrid y de Barcelona; luego la venta del 49% de la sociedad estatal Aena y, como trueno gordo, la privatización del 30% del organismo de las loterías nacionales. En resumen, dinero público para nutrir el negocio privado.
Pero Zapatero todavía no había terminado la imitación casi perfecta de su oponente político. Quedaban las medidas de apoyo a las empresas, la ampliación del cupo de las sociedades beneficiadas por el tipo mínimo del Impuesto de Sociedades. También desaparecen las cuotas obligatorias para las Cámaras de Comercio. Y cuando ya había consumido las medidas y se disponía a irse acontece el golpe de efecto, porque sin un castigo, aunque sea simbólico, a las políticas sociales todo lo dicho anteriormente corre el riesgo de parecer más una concesión de compromiso que el resultado de una convicción ideológica. Entonces habla de la supresión de las ayudas de 426 euros a los parados de larga duración, que es como una guinda sobre el pastel de los ajustes. Una guinda conocida, pero no menos efectista. ¿Y qué puede decir Rajoy después de una imitación tan exacta? ¿No habría hecho lo mismo, con ligeras variaciones? En las medidas de Zapatero hay alguna razonable, pero el conjunto, con el colofón de la ayuda a los parados, es desconcertante.
Quizá alguien se pregunte a qué viene todo esto. Si es un argumento para moderar la ira de los mercados (que no creo) o la devolución de la visita del sábado a los 37 grandes empresarios. O si simplemente es un ataque de realismo del presidente de Gobierno socialdemócrata, convencido de que ser Rajoy es un acto de pragmatismo razonable y ser Zapatero, como dicen los embajadores de Wikileaks, una demostración de romanticismo trasnochado. ¿Cree Zapatero en Zapatero?
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