La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
La tribuna
TODO empezó con una perífrasis. Charo Fernández Cotta, periodista de esta casa, incluía en el título de una entrevista la palabreja ("¿Para qué necesitan los alumnos saber lo que es una perífrasis?"), lo que ha dado lugar a reacciones airadas ante lo que consideran menoscabo de una de esas intocables tradiciones escolares: la enseñanza de la gramática.
Se da el caso de que en la convocatoria de junio de 2010 de las Pruebas de Acceso a la Universidad en Andalucía, el ejercicio de Lengua Castellana y Comentario de Texto incluía precisamente una pregunta en la que se le pedía al alumno que identificara el tipo de dos perífrasis, una de las cuales ("pretendía exterminar") no era tal, ni siquiera bajo la definición que al estudiante se le pide asumir. Pero lo peor no es que un estudiante se pueda quejar de que eso no es lo que le dijeron. Lo peor es que, aunque lo hubiera sido, lo que le dijeron viene a serle de la misma utilidad para la comprensión de su lengua que las reglas del Sudoku aplicadas a las ecuaciones de segundo grado. El análisis sintáctico es un mero juego de ingenio con las reglas trucadas.
En la famosa carta a su hija de diez años, Dawkins la prevenía de tres constructos conceptuales fabricados para alejarla del pensamiento racional: tradición, autoridad y revelación. El academicismo que contamina el enfoque de la asignatura en España imparte sinsentidos de manera acientífica, sí, pero no aleatoria. Sus bases son firmes: tradición, autoridad y revelación.
Tradición, claro, manda. ¿Quién osaría despreciarla? Como explica Pinker, "una vez introducida una regla prescriptiva en la lengua, resulta muy difícil erradicarla, por ridícula que sea. En los ámbitos de la educación y la literatura, las reglas sobreviven por la misma lógica que perpetúa las mutilaciones rituales o las novatadas universitarias: "Yo también tuve que pasar por ello, así que tú no vas a ser menos". De ahí que los niños de hoy compartan sintaxis con sus abuelos.
¿Y quién se atreverá a desafiar a la autoridad? Nadie (excepto los lingüistas profesionales) pone en duda el magisterio de fenómenos mediáticos como Lázaro Carreter, Grijelmo o la Fundéu (Fundación del Español Urgente), a pesar de que su única misión es mantener y amplificar esa mixtificación secular que embauca a los hablantes haciéndoles creer que la lengua es un bichito disecado, que la gramática es taxidermia, que son portadores de un pecado lingüístico original y que deben orientar sus esfuerzos a ganarse el paraíso de la Lengua Racialmente Pura con sudor y humillación, en lugar de dedicarse a entender su naturaleza.
Si a los alumnos de Física se les explica cómo opera el efecto fotoeléctrico y no cómo debería operar, si en biología aprenden cómo evolucionan las especies y no cómo deberían evolucionar, ¿por qué en Lengua se les machaca con cómo debería o no debería ser la lengua y se les niega la descripción científica de cómo realmente es y cuáles son las leyes que explican su funcionamiento real? ¿Por qué la asignatura de Lengua es la única donde el objeto de estudio no es la misma lengua, sino los libros sagrados que glosan sus misterios? ¿Por qué es la única donde se niega el conocimiento disponible y se impone el dogma?
Dogma y autoridad están íntimamente ligados: allá donde no llega la capacidad de explicar, llega la verdad revelada por la autoridad. Pero, como era de esperar, el resultado de una asignatura de Lengua basada en unas tradiciones inmunes a la verificación y una autoridad garante de la corrección social y no de la eficacia comunicativa no puede ser otro que la proliferación del conocimiento inútil. Un adolescente no tiene por qué encontrar problemático, por ejemplo, memorizar para un examen que el subjuntivo es el modo de la irrealidad, y felicitarse después del examen diciendo "Me alegro de que haya caído esa pregunta", formulando adecuadamente en subjuntivo la evidencia. En cualquier caso, examen superado. Otra cosa es que se sienta engañado con las dichosas perífrasis. Incluso al conocimiento inútil hay que exigirle coherencia.
¿Caerá con este pequeño escándalo la gran maquinaria de la Gramática Taxidérmica? Mucho es de temer que no. A la Gran Máquina no sólo se la perdonará, sino que se le prorrogará reverencia. Eso sí, a menos que pase algo inaudito, y reparemos en que los alumnos pueden pensar, y estemos dispuestos a excusarles la regurgitación, y lleguemos a comprender y hacer comprender la lengua como habilidad cognitiva y no como adorno social. En caso contrario, en palabras de Rancière, "el método de la impotencia, el Viejo, durará tanto como el orden de las cosas". Irremisiblemente.
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