La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
La tribuna
ENTRE niñas putativas del señor Rajoy y estereotipias dialécticas del señor Zapatero, en la reciente campaña electoral se han escurrido un conjunto de acontecimientos que reflejan fielmente la deriva formal a la que esta manera de hacer política está llevando a los ciudadanos, en cada una de las esferas de la vida en la que participan.
Los actos de agresión sufridos por Rosa Díez en la Universidad Complutense de Madrid, Dolors Nadal en la Pompeu Fabra de Barcelona o María San Gil en la de Santiago pareciera que han quedado como anécdotas dentro de la batahola informativa. Lo primero que podríamos afirmar es que la Universidad, ese refugio romántico de libertad y juventud que todos los que hemos pasado por ella conservamos en el recuerdo, ha desaparecido. Sin embargo, no es que allí ya nadie pueda hablar, so pena de recibir golpes, insultos o amenazas, lo que realmente parece que ocurre es que ya sólo pueden hablar libremente entre sus paredes aquellos que militan en los asertos de la doctrina establecida o los que utilizan los mismos gestos bruscos pues, de otro modo, no se puede garantizar la integridad física del ponente, en palabras del rector de la Complutense.
Es aquí donde quiero centrar este artículo. La reacción de esos ciudadanos, que han preferido usar la violencia y la presión psicológica ante las ideas que no comparten, es una buena muestra del grado al que está llegando la discusión de ideas en nuestro país. En vez de escuchar -con mayor o menor paciencia, pero siempre respetando el derecho del otro- para luego rebatir con argumentos, datos o ideas, pareciera que se prefiere el insulto o la agresión física. Así nos lo han demostrado aquellos que, al grito de "¡Fascista!", se convertían en estandartes de esa ideología con sus gestos, negando el derecho a la palabra a esas políticas.
Otro de los hechos ocurridos en esta campaña han sido las plataformas de artistas, intelectuales o jueces que han ido a apoyar a una u otra candidatura. Lo primero que uno reflexiona sobre este asunto es que resulta muy fácil firmar un manifiesto o apoyar una postura al amparo del poder, de lo que sabes que te cubrirán sin distorsión los medios de comunicación o va a ser subvencionado. Que nadie se llame a engaño. Ninguno de los firmantes ha corrido ningún riesgo; todo lo contrario, seguramente a partir de este momento van a recibir algún que otro impulso en sus respectivos intereses. Que nadie compare, por tanto, estos manifiestos con los que otrora realizaron intelectuales o artistas enfrentándose a un Estado opresor, incluso a gobiernos instalados por la fuerza de las armas.
Todo lo anterior me lleva al último escenario que, sin ser propiamente de la campaña electoral, es una muestra más de la deriva social que está ocurriendo actualmente hacia usos y maneras totalitarias, a la hora de ejercer la libertad de pensamiento. Eleuterio Sánchez, el otrora quebranto del Gobierno franquista con el sobrenombre de El Lute, ha tenido que soportar en el último año la descalificación pública más vil en los tiempos que corren, al ser acusado de malos tratos por su esposa. Esto no es un hecho extraño. A diario en nuestro país más de cuatrocientos varones reciben esta denuncia. Lo que quiero traer aquí son los actos de sabotaje que ha venido sufriendo desde ese momento, protagonizados en las últimas semanas por la Asociación de Mujeres Progresistas de Badajoz, que se ha jactado públicamente de haber presionado al Ayuntamiento de Villanueva de la Serena para que suspendiera un acto donde este ciudadano iba a participar. Y todo, según ellas, por criticar la Ley Integral contra la Violencia, que tan amargos frutos está cosechando. Cuando el juez de Sevilla le ha absuelto de los delitos de violencia machista y amenazas por las "contradicciones" de su ex esposa y por los "móviles espurios" de su denuncia, puesto que ambos "llevaban tiempo en situación de crisis matrimonial y discutían por el reparto de los bienes", quién va a devolver el honor a éste hombre, el dinero perdido por las conferencias suspendidas y los libros que no ha vendido. Arturo Pérez-Reverte, miembro de la Real Academia Española, ha calificado a este tipo de señoras de feminazis. Él sabrá, que para eso es académico. Lo que para mí representan es otro ejemplo de la ausencia de libertad de pensamiento crítico que se ha instalado en nuestro país.
¿Y por qué pasa todo esto en la Universidad, en la política, entre los intelectuales o en los lobbys feministas? Porque no pasa nada, porque no importa, porque nada de esto tendrá consecuencia alguna. De esta forma, el grito de aquellos muchachos en la Universidad se hace más real y así el que lo dice y el que lo recibe van a parar al mismo saco. Impunidad, arrogante impunidad, como diría el académico.
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