¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
DE POCO UN TODO
AUNQUE también trata de lo pequeño y se parecen, como si tuviesen una misma etimología, no voy a hablar de Nanociencia. Hoy por hoy mis intereses están centrados en la Nanalogía, esto es, el estudio de las nanas.
Las inquietantes nanas. ¿Se han fijado ustedes en el trasfondo de terror que, bajo la capa de una música dulce, encierran la mayoría de las letras de nanas? Por ejemplo, ésta de Manuel Alvar, excelentísimo académico de la Lengua: "Duerme tranquila/ que los lobos no matan/ ciervas dormidas". Temblando como una gacela, con los ojos abiertos como una liebre, intranquila, la inocente niña le preguntaría al sabio académico: "Oiga, ¿está usted seguro, seguro?".
No es sólo Alvar, sino las nanas tradicionales. Allí tenemos figuras tan poco tranquilizadoras como el Coco, el Draque, el hombre del saco y, con dudosa corrección política, la mora ("Duérmete, niño chiquito,/ mira que viene la mora,/ preguntando de puerta en puerta/ cuár es er niño que yora"). Hasta los ángeles son capaces de mostrar en las nanas un lado siniestro: "Duérmete, niño chiquito,/ duérmete y no llores más,/ que vendrán los angelitos/ del cielo y te llevarán". Incluso hay amenazas epidemiológicas: "A tós los niños güenos/ Dios los bendice,/ pero a los que son malos/ les da lombrices". Y por si la criatura no estaba aún lo bastante desvelada, un toque final de melodrama: "En los brazos te tengo/ y considero/ que será de ti, niño,/ si yo me muero".
Ése es el tono general, y uno se pregunta por qué. Por fortuna, hay otras nanas más pedagógicas que nos ponen en la senda correcta para la resolución del enigma: "Duérmete, mi niño,/ que tengo que hacer,/ lavarte la ropa/ ponerme a coser". Y otras, impagables, que no disimulan el verdadero deseo subconsciente: "Mi niño se va a dormir,/ ojalá y fuera verdad/ y le durara el sueñito/ tres días como a San Juan".
Gracias a ellas y a mi corta pero intensa experiencia, puedo aventurar una hipótesis sobre el origen último de las desazonantes nanas. El lobo, el Coco y compañía no son más que personificaciones, en seres ajenos y distantes y, sobre todo, imposibles, de los íntimos y vergonzantes deseos del padre o de la madre desesperados, que al día siguiente tienen que levantarse a trabajar. El lado oscuro de la nana emana, quién lo iba a decir, de los amorosos padres. Por eso los niños no se han tomado en serio jamás sus amenazas tremendas, ni se han traumatizado. Saben que el amor paterno puede más que su momentánea desesperación. Al final, los desvanecidos padres siempre acaban suspirando: "A la nanita, nana,/ nanita, ea,/ la niña que duerme/ bendita sea".
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