Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Fragmentos
POR recientes noticias de prensa sabemos que parte del Ejército norteamericano se va de Iraq. ¿Eso significa que la guerra de Iraq ha terminado? Y si ha terminado, ¿quién la ha ganado? Quizás las guerras modernas ya no las gana nadie. Lo que sí sabemos es quién la ha perdido: la cultura universal. Como es sabido, en Iraq se encontraba un patrimonio único consecuencia de su historia excepcional, origen de nuestras civilizaciones, desde los tiempos de Mesopotamia y después con el califato de los Abasidas. Allí surgió la rueda, la escritura, se redactaron códigos legales y tantas otras cosas que sustentan nuestra civilización.
Gran parte del patrimonio que atesoraba Iraq, ciudades históricas y yacimientos arqueológicos, ha sido dañado en una magnitud que aún desconocemos. Enfrentamientos y bombardeos han tenido lugar cerca de las ruinas de Nínive, en las afueras de Mosul. Las de Babilonia están al lado de la villa de Hilla que fue bombardeada. Los restos de la primitiva ciudad de Ur están junto a la ciudad de Samawa, escenario de violentos combates durante la guerra. La antigua Uruk se encuentra al lado de Nasiriya, etc.
Desde hacía años, la comunidad científica había advertido de la destrucción irreversible del patrimonio monumental y arqueológico iraquí, a través de numerosos escritos y artículos al respecto. Durante la primera guerra del Golfo se estima que se destruyeron o desaparecieron 3.000 objetos de valor patrimonial. Durante los doce años del embargo la actividad arqueológica fue prácticamente inexistente, tanto por el estado iraquí, como por las organizaciones internacionales. Al tiempo, se desarrollaba un tráfico clandestino de obras de antigüedades procedentes de Iraq. Se estima que millares de tabletas de arcilla con inscripciones cuneiformes, estatuas, y estelas funerarias han terminado en coleccionistas privados de todo el mundo.
No se nos debe olvidar que el día que entraron las tropas estadounidenses en Bagdad se produjo el mayor saqueo que se recuerda en el Museo Arqueológico de la ciudad. Un auténtico pillaje de obras de arte, sumerias, asirias y babilónicas. Han desaparecido tesoros únicos. Siete mil años de civilización. Las piezas perdidas se cuentan por miles y muy pocas se han recuperado. Otras han pasado al mercado negro de antigüedades. Otras simplemente vendidas al peso. La impresionante arpa de marfil y plata de Ur, una de las piezas clave del museo, de cuatro mil años de antigüedad, está ilocalizable. Ese mismo día fue saqueada e incendiada la Biblioteca Nacional. Primero esquilmada por ladrones profesionales. Algunos de los ejemplares robados, han aparecido en el mercado internacional de libros antiguos. Después fue incendiada con granadas de fósforo blanco. Los archivos, la Biblioteca Coránica, todo ardió. Originales de Averroes, las primeras traducciones de Aristóteles al árabe, la historia de Iraq bajo el Imperio Otomano, quedaron reducidas a cenizas.
Iraq continuará después de la guerra y la ocupación. Muchas veces lo ha soportado. Pero el patrimonio perdido es irreemplazable.
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