¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La ciudad y los días
EN 1998 se practicaron 53.847 abortos en España y en 2009, 110.000. Que en una década se haya doblado la cifra es el síntoma objetivo de un trágico (porque su consecuencia es la muerte) fracaso educativo en valores y sexualidad. Que la respuesta a este brutal incremento y este fracaso sea el aborto libre, que desde hoy se garantiza como "derecho", representa un nuevo fracaso y una vergonzosa renuncia. El Gobierno asume el fracaso como una fatalidad contra la que nada puede hacer, tira la toalla de la educación en valores, se rinde a las exigencias del seudo hedonismo y el nihilismo de masas y ofrece como remedio el aborto libre. Una vergonzosa renuncia educativa y ética que nos sitúa en un desconcertante ámbito en el que la universalización de los derechos es compatible con la indefensión de los fetos; el triunfo de las libertades individuales, pese a toda la información en sentido contrario aportada por la genética, con la consideración del feto como un mero apéndice de la gestante; y la sofisticación tecnológica, con la barbarie.
A partir de hoy todo seguirá igual. Nada se notará en la vida cotidiana. Tampoco nada especial se notaba en las calles de la España de los años 60 y 70; y sin embargo se daba garrote vil o se fusilaba hasta 1975. Y aún no hace falta que se trate de una dictadura. Brillaban las calles de París en esos mismos años -los de Salut les copains y la Nueva Ola- mientras la guillotina seguía cayendo hasta 1977, fecha de la última decapitación. El año en que los Beatles publicaron ¡Qué noche la de aquel día! -1964- se ahorcaban en el mismo Liverpool de The Cavern y en Manchester los dos últimos condenados a muerte ingleses, mientras el brillo del Londres pop deslumbraba al mundo. Y ni siquiera hay que retroceder tanto. Desde que el Supremo ratificó en 1976 la constitucionalidad de la pena de muerte hasta hoy se han efectuado 1.213 ejecuciones en los Estados Unidos de los muñequitos de Pixar o Sexo en Nueva York. Y ninguna sombra sanguinolenta empaña el sol de California.
El horror y la barbarie pueden coexistir con la normalidad cotidiana sin enturbiarla. Aparentemente. Porque las colectividades que lo consienten se envilecen sin notarlo. Convivir con la muerte legal de los adultos condenados por tribunales o de los fetos condenados por sus madres, caso indudablemente más estremecedor, nos hace peores a todos. Hoy es un día triste. Somos tan civilizadamente bárbaros y tan liberalmente asesinos como los países que han logrado que, en la cumbre de su opulencia, en Europa se hayan producido 20 millones de abortos en los últimos 15 años.
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