Rafael Padilla

Por memo

Postdata

23 de mayo 2010 - 01:00

CADA día me cuesta más comprender la lógica de los políticos, esa capacidad suya para reinventarse la realidad a capricho y desembarazarse tan fácilmente de las propias responsabilidades. Cuando el Tribunal Supremo, el pasado martes, ordenó que se reabriera la causa contra Francisco Camps, estableció una doctrina clara que, nos guste mucho o nada, delimita perfectamente el llamado delito de cohecho pasivo impropio: "No es necesaria la realización de acto alguno por parte del receptor (del regalo) para que el delito exista (…). Basta con la aceptación de un regalo entregado en consideración a la función o cargo desempeñado". Esas afirmaciones -unánimes- sólo dejan dos extremos por dilucidar: si Camps se pagó o no los famosos trajes y, de no haberlo hecho, si se los obsequiaron por ser presidente de la Comunidad Valenciana. Es de esto, y no de comunicarnos su creciente estado de felicidad, de lo que el impoluto don Francisco debiera ocuparse y preocuparse a partir de ya mismo.

No me cabe ninguna duda de que, como supuesto de corrupción, es lo menos que se despacha. Comparado con los escándalos que llevamos soportados, con los millones que han cambiado sospechosamente de manos en los últimos treinta años, el lance es hasta chusco. Pero, al tiempo, de ser cierto, revela los perfiles de una personalidad inapropiada, como poco, para encarnar la delicada posición que, hoy por hoy, ocupa. A nadie en sus cabales se le ocurre desplazarse a Madrid para elegir las telas de unos ternos que sabe serán costeados por amistades peligrosas. Hay que estar muy pagado de uno mismo y muy seguro de que se saldrá impune de las propias bobadas para meterse tan estúpidamente en la boca del lobo.

El sainete apunta a tragedia cuando encuentra valedor y coartada en la máxima autoridad del partido. La reacción de Rajoy, enfrentado a la práctica totalidad de los suyos, le está convirtiendo en el gran perjudicado del asunto. Su defensa a ultranza del dandi valenciano pone en entredicho su verdadera condición de líder, le aboca a incoherencias insostenibles y destroza el discurso regenerador que se espera de su grupo. Consecuencias todas tan graves como innecesarias. Si Camps fuera el único capaz de revalidar la mayoría popular en Valencia, el disparate tendría un pase. No es el caso. Tal y como malvive el socialismo levantino, allí se gana hasta con el chico de los recados. Otra prueba de que el poder obnubila y de que a don Mariano le sobra candidez y le falta carácter.

Camps debería ahorrarnos a todos -también a Rajoy- el bochorno de optar de nuevo a la Presidencia con la Justicia en los talones. Por mucho que le duela y le revuelva las tripas la nimiedad de su pecado. Por memo más que por sinvergüenza. Porque, al cabo, no está el país para enredarse en los errores, los enroques, las miserias, las soberbias ni los órdagos de nadie.

stats