La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
QUE no quiere hablar de las elecciones, ea. Justo en la recta final de la campaña, cuando hasta los más apolíticos se preocupan, en medio de sus vagas ensoñaciones, por los resultados del próximo domingo, mi musa sale con que no tiene nada que opinar. Vaya. Así son ellas (las musas, quiero decir). Todos estos años en los que yo tendría que haberme dedicado a disertar sobre pájaros y flores, que es lo que se espera de un poeta, ella me ha traído y llevado por los atolladeros y barrancos de los comentarios políticos comprometidos. Creo que no he perdido ningún amigo, aunque por los pelos. A algunos me consta que les metí el dedito en el ojo, ay. Pero ahora, cuando hasta los más susceptibles espíritus (que suelen ser los materialistas), me perdonarían una toma de postura, viene mi musa y calla.
No es que ni ella ni yo estemos hartos de política, ni agotados de campaña, ni que dejásemos de seguir con un vivo interés el debate del lunes, ni que nos tengan desconcertados algunos análisis posteriores, que vieron, si lo vieron, otro debate, ni mucho menos que pensemos (vade retro!) que todos los políticos son iguales. Simplemente se adelantó la primavera y con ella la astenia, que desde luego no nos abocará a la abstención, pero sí nos otorga cierta ataraxia.
Yo lo intento, pero ella se resiste. "¿Para qué?", exclama, y ésa es la pregunta más inquietante que puede recibirse de una musa. "A estas alturas, ya está todo el pescado vendido, o debería. Los convencidos, lo están. Y si tras cuatro años de gobierno ZP y casi veinte de Chaves, hay alguno que no tuvo tiempo de formarse una opinión, a qué voy a venir yo ahora a desgañitarme. Como soy tan pequeñita y tengo tan poquita voz, tonterías las estrictamente precisas. Que los políticos, que lo llevan en el sueldo, corran detrás de esos indescifrables indecisos…"
Discutir con la musa no conduce a ningún sitio. Si insistes, se desvanece. Como los políticos penden de la intención de voto del respetable, los escritores estamos -cuando estamos- en brazos de la musa. Nos suelta y, plaf, batacazo. Así que aquí me tienen de la mano de la mía, mano sobre mano, viendo a ver de qué está dispuesta a hablar la buena señora o señorita, mientras todos mis colegas analizan sesudamente los últimos estertores de la campaña electoral.
Este miércoles tira al monte. Se fija en las hojitas nuevas que van echando los rosales y en cómo estallan los racimos de las glicinias. Yo, empeñado en no olvidarme de las elecciones, pienso que, salga lo que salga, la naturaleza aceptará el resultado con su vieja y sabia resignación, con su belleza inalterable.
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