León Lasa / Letrado Y Escritor

En el Día de la Tierra

La tribuna

22 de abril 2010 - 01:00

CELEBRACIONES. Hoy, en numerosos países del hemisferio occidental se festeja, por así decirlo, el Día del Planeta Tierra, otra de esas conmemoraciones vacuas tan propias de nuestros tiempos (aunque es cierto que la ONU, de manera más formal, lo hace el día de un equinoccio, el 21 de marzo). La historia arranca en 1970, en los Estados Unidos de América, cuando el senador Gaylord Nelson, haciéndose eco de la llamada de grupos de estudiantes, profesores e intelectuales, propuso la creación de una agencia gubernamental que velara por los intereses del medio ambiente. A la vista del tiempo transcurrido y de la deriva que desde entonces hemos llevado, de poco ha servido. Bien es verdad que, desde los años setenta y ochenta, el grado de concienciación sobre los problemas medioambientales ha crecido en todo el planeta, especialmente en aquellas naciones que, precisamente, más han contribuido a este marasmo; pero también lo es que, salvo acciones muy concretas y más bien testimoniales, poco se ha hecho para revertir la situación. Se compara muchas veces ésta, la de una Tierra abocada al colapso, con la del Titanic antes de su impacto contra el iceberg. Si continuamos con el ejemplo, deberíamos preguntarnos qué nos parecería si, con el barco rajado por su línea de flotación y el agua inundando los departamentos estancos, varias señoritas de primera clase acudieran al capitán con cucharillas de plata para ayudar a achicar el agua. Una inutilidad cargada de buenas intenciones. Como la mayor parte de nuestras acciones ecológicas. Montamos en bicicleta en la ciudad, pero realizamos media docena de viajes al año en avión a destinos cada vez más alejados; nos oponemos a que existan corridas de toros, pero cada vez comemos más carne de animales que han crecido sin ver la luz del día; utilizamos gasolina sin plomo, pero conducimos muchos más kilómetros; y, sobre todo, éramos 3.000 millones de habitantes en aquellos años, hoy nos acercamos a los 7.000 millones. Cualquier solución que no englobe un cambio radical de vida nos situará, algunos nos tememos que de forma irremisible, al borde del abismo.

Gaia y Lovelock. En aquel tiempo del flower-power surgió también, de la mano de un químico inglés -James Lovelock- la seductora teoría de Gaia, que viene a decir que la Tierra se comporta en sí misma como un organismo vivo, globalmente, respondiendo a los diferentes estímulos y buscando siempre el equilibrio entre sus distintos componentes. La hipótesis, en su momento, causó un revuelo importante en los círculos académicos, y convirtió a Lovelock en un icono temprano del movimiento ecológico. Después de haber estado en silencio durante décadas, hace pocos días concedió una entrevista, a sus más de 90 años, al diario londinense The Guardian. El científico, una autoridad en la materia, se despacha a gusto y sin tapujos. "Los humanos son demasiado estúpidos para prevenir un cambio climático que alterará completamente nuestras vidas", señala. Y continúa con una letanía tan catastrofista como coherente. Para su ultimo libro Lovelock difícilmente podía haber elegido mejor título: The revenge of Gaia. La entrevista merece la pena ser leída (www.guardian.com.uk y buscar lovelock-climate-change). Al lado del artículo, en una columna publicitaria, Starbucks me anima a calcular cómo puedo reducir mi "impacto ambiental" si llevo a sus locales una taza reutilizable cada vez que vaya a tomar un café. Pero no me dice, evidentemente, cuál sería esa reducción si prescindiera del mismo. Según Starbucks, no es tarde para la quimera del desarrollo sostenible.

Agua. Si hay un elemento que caracteriza a este planeta respecto a otros, y que es especialmente imprescindible para la mera supervivencia de la especie, es el agua. Precisamente lo que, en opinión de muchos, se encuentra más amenazado por el cambio climático y sus consecuencias. Aun hoy en día cerca del 45% de la población mundial -parece difícil de creer- carece de acceso a agua corriente, millones de mujeres caminan kilómetros para conseguirla, y muchas familias subsisten con apenas un barreño diario en gran parte de África. Los casi cuarenta mil glaciares del Himalaya, que alimentan los grandes ríos que proporcionan agua a más de 2.000 millones de habitantes, se están derritiendo a un ritmo acelerado. Lo mismo está ocurriendo en la mayoría de los ventisqueros andinos. El futuro cercano -no más de quince años- se prevé aciago. Mientras, sólo en Estados Unidos se consumen diariamente ochenta millones de litros de agua embotellada en plásticos ecológicos. La mayor parte de esas botellas acaba en los vertederos o en los océanos. Otra paradoja de nuestra época.

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