¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
La tribuna
LAS encuestas reflejan que en quien más confía la gente es en los científicos. La más baja credibilidad se la llevan los políticos. Sin embargo, a la hora de tomar decisiones tecnológicas los científicos e ingenieros apenas son consultados por los políticos y éstos toman decisiones atendiendo fundamentalmente (¿exclusivamente?) a sus criterios e intereses partidistas. Sólo los medios de comunicación se suelen acercar a los científicos, los cuales cada vez se muestran más renuentes a hacer declaraciones por temor a ser malinterpretados y atacados. El caso más extremo de esta actitud se está desarrollando estos días a cuenta del almacén temporal centralizado (ATC) de residuos radiactivos. Expliquemos antes que nada, para no caer en los malos hábitos al uso, de qué se trata.
Los residuos de las centrales de carbón y gas son escorias en el primer caso, por cierto con gran cantidad de sustancias cancerígenas, y CO2 y vapor de agua en los dos. Los primeros se entierran superficialmente, duran eternamente y los otros van a la atmósfera con las consecuencias que todos sabemos. Los residuos de las nucleares son en un 95,6% uranio casi inocuo y el resto los fragmentos de las pocas fisiones que han sido necesarias para producir una portentosa cantidad de energía.
También contienen otros elementos pesados formando entre todos un variadísimo surtido. Son radiactivos, es decir, que estallan emitiendo radiaciones. El ritmo al que lo hacen varía mucho, de manera que muchos duran segundos, otros meses, pero bastantes del resto permanecen activos miles de años. Las principales radiaciones, ciertamente peligrosas, son de tres tipos: alfa, beta y gamma. Las primeras las detienen una hoja de papel, las segundas varias de papel de cocina o una lámina de plomo y las terceras exigen, por ejemplo, un buen taco de hormigón.
Cada tres años, se descargan varios miles de varillas que contienen el uranio gastado en una central nuclear. Tienen unos cuatro metros de largo y el calibre de un dedo. Se disponen en un contenedor blindado de acero que se sumerge en una piscina aledaña a la central. El agua se pone a unos 35 grados y con frecuencia me preguntan si me bañaría en ella. Mi respuesta es siempre la misma: "En absoluto", pero no porque sea peligroso, que no lo es, sino porque me recordaría a Fraga en Palomares.
Con el tiempo, las piscinas se llenan, pero a la vez los residuos pierden gran parte de su radiactividad. En casi todos los países europeos han decidido centralizar los residuos radiactivos en un ATC por razones de gestión y seguridad. Se sacan de las piscinas y las varillas se insertan en vidrio fundido porque así son muy estables químicamente. Se introducen después en un recipiente enorme de acero, el cual se envuelve de hormigón, terminando todo dentro de otro bidón más grande también de acero. Para transportarlos hasta el ATC se le adaptan unos protectores homologados que resisten caídas desde grandes alturas, incendios, colisiones con trenes y camiones, impactos de granadas antitanques y demás barbaridades. Las personas pueden estar junto a ellos sin problema alguno.
En el ATC se colocan en contenedores subterráneos y los refrigera el aire que entra por un lado, los recorre y sale por otro sin asistencia mecánica alguna. El número de afectados por el transporte y almacenamiento en Europa hasta ahora es exactamente cero. Como es lógico. El ATC holandés es el que España ha tomado como modelo. Su localización la decidió una unidad del Ministerio de industria, está en un polígono industrial, al pueblo cercano le paga sólo los impuestos normales y está pintado de amarillo chillón con rótulos alusivos a su función.
El Parlamento de España decide por unanimidad instalar un ATC. Los pueblos pueden presentar candidaturas. Como el asunto se sabe impopular por décadas de propaganda antinuclear sin respuesta, se ofrecen incentivos sustanciosos. Y se desata una polémica en la que todos opinan sin tener en cuenta absolutamente nada de todo lo que se ha explicado anteriormente. Se escuchan cosas como que eso a mi diabetes le sienta fatal, la salud de mis hijas no tiene precio, al alcalde que presente los papeles lo echamos del partido y lindezas así. Los pueblos los ocupan unas docenas de forasteros enardecidos e itinerantes mientras la mayoría de los vecinos observan desde sus ventanas. En los plenos se rechaza el asunto a gritos. Los líderes políticos de toda laya hablan de solidaridades nucleares y cosas así.
Decía Martí que sólo la cultura nos hace libres. Y sin ciencia no hay verdadera cultura. ¿Se puede hoy día ejercer la democracia sin una mínima información científica?
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