La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
El poliedro
CAMAREROS historiadores, filólogos teleoperadores, arquitectos que ejercen de arquitectos para un arquitecto que les paga como a delineantes a tiempo parcial (a cambio de una formación que paga el dilettante a precio oculto de máster del IESE año tras año), economistas dependientes en una franquicia de relojes, pilotos convertidos en profes de autoescuela, ingenieros dando clases particulares de ESO, licenciados en Derecho de comerciales de alto maqueo, Audi, blackberry y bajos e inciertos ingresos. Este poliedro del mileurismo español no es una elucubración: algunos de los ejemplos me quedan cerca. Mileurismo es un término creado por una chica española al volver de un Berlín en el que se encontró con jóvenes que podían independizarse y vivir con dignidad, llegando a fin de mes y hasta ahorrando. Le alucinó que en un país mucho más rico que el nuestro los precios fueran iguales o inferiores a los de esta España tan cara para los españoles. En un tiempo repleto de contradicciones estupefacientes como el que nos toca vivir, asistimos a una paradoja más: la cocción profesional es cada vez más lenta en tiempos de dinamismo frenético. Y eso, incluso con una creciente formación universitaria -no tenemos todavía suficiente masa universitaria, por mucho que haya crecido enormemente en Democracia y por mucho que no se ajuste totalmente a las exigencias del mercado-. Porque el mileurista probablemente tiene algún posgrado, habla dos o tres idiomas y se maneja naturalmente en un entorno tecnológico. Aparte de su escaso sueldo, se caracteriza por ser más o menos joven, ser urbanita vocacional, no ahorrar, consumir poco, vivir al día, compartir casa, no tener hijos ni planteárselo, no contar con coche ni con hipoteca (a no ser que haga una joint-venture sentimental con otra persona, mileurista o no, con la que una sus destinos patrimoniales). Los mejor parados, por este orden: técnicos, sanitarios, economistas y profesores. Se dice de la clase media, pero ¿no son los jóvenes los nuevos pobres en España?
España, en la terminología de Michael Porter, es un país con muchos rasgos de estar atrapado a la mitad, de no ser carne social y de derecho, ni pescado capitalista liberal. Hemos asumido -sin asimilar del todo- leyes, prácticas sociales, expectativas y estéticas de un mundo tradicionalmente rico y desarrollado -la Europa de los Quince y Estados Unidos- pero nuestra realidad económica y empresarial, nuestra evolución cívica y nuestro nivel de vida no están a la altura: son variables más lentas que el darse un atracón institucional de modernidad. Y el mileurismo podría considerarse un vástago de esta combinación desequilibrada. De la misma forma que se desequilibra cada vez más la relación entre rentas salariales y rentas empresariales -esto en toda Europa, según un informe de la Comisión Europea-. Justicia social aparte para no meternos a una nube estéril, el asunto debe verse como una peligrosa polarización social, un trastorno bipolar macro, que a la larga no conviene a nadie. Las empresas deben ganar el máximo para poder mantener el empleo, y eso es bueno para el sistema, (siempre que no hablemos de un juego de suma cero o pastel fijo). Pero debe moderarse el afán salarial de una tecnocracia que, en muchos casos, detrae en exceso las rentas empresarialesý y las posibilidades de promoción social de los que empiezan: de su razonable mejora salarial. No dejan de ser una parte básica de la máquina de producción y consumo, y deben poder consumir y prosperar. La frustración paralizante o la emigración de alto standing nos puede ir privando de nuestros más valiosos recursos humanos -si se me permite, cambiándolos por recursos rumanos, copyright Paquiño Correal- y vaciando de capital intelectual a nuestra economía y nuestra sociedad.
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