La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Que yo pago la luz en dólares?
La tribuna
EN los últimos días ha vuelto a ser noticia la llamada píldora del día después, en referencia a la autorización que el Ministerio de Sanidad y Política Social ha emitido para su dispensación en farmacias sin necesidad de receta médica. Después de haberse anunciado con antelación que sería en agosto, ha sido a finales de septiembre cuando se ha dado vía libre a esta medida.
Como consecuencia de todo esto, ha vuelto al debate social la discusión sobre si este medicamento es abortivo o no, y si se puede acceder a él sin la supervisión de un médico. Además, la cuestión aparece en un escenario político, en el que el Gobierno da luz verde a que se tramite la nueva Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, por la que se va a permitir abortar a menores de edad sin el consentimiento de sus padres, y se modifica algo de gran calado, como es pasar de despenalizar que se aborte en ciertos supuestos a la libre decisión de la mujer sobre su embarazo, esto es, que prevalezca su derecho a no tener un hijo, sobre el de vivir del no nacido.
Sospecho que este escenario es premeditado, y lo que busca es soliviantar a los sectores más extremos católicos. Es una situación en la que el Gobierno socialista de Zapatero se encuentra muy cómodo, porque les hace sentirse víctimas de una presunta radicalidad ultracatólica, y los convierten en adalides de la moderación y el progreso. Además, también contribuye a alejar el tema de la crisis económica, y su carencia absoluta de ideas para salir de la misma. Resulta lamentable que en este país se esté perdiendo la batalla del laicismo, abierto a cualquier creencia religiosa, incluso a la no creencia, en detrimento de un anticlericalismo trasnochado que tantas desgracias ha traído a este país, tan unido con los otros en la intolerancia.
Pero la píldora del día después es lo que es, un medicamento compuesto por dosis hormonales altas, cuyo uso puntual acarrea efectos secundarios por lo general leves y transitorios, y que impide la anidación del óvulo fecundado en el útero materno, y en ciertas ocasiones la fecundación del óvulo mismo. El debate ético de si hay vida o no desde la fecundación es lo que pone en desacuerdo a distintas opciones éticas o religiosas. Sin embargo, carece de sentido centrar aquí la discusión en este momento, puesto que este medicamento se autorizó hace tres años y medio en España, y desde entonces se ha dispensado, de forma gratuita en los centros de salud, y en las farmacias, bajo receta médica.
Sin menoscabo de quien defienda que se puede aprovechar la vuelta a escena de este medicamento para reabrir un debate que ha permanecido en silencio bastante tiempo, también puede ser el momento de reflexionar sobre qué medicamentos necesitan de receta médica o no, y cuál es el papel de un profesional de la salud como el farmacéutico, que lejos de ser la primera puerta del sistema sanitario con frecuencia es el desagüe del mismo, porque en él desembocan todas las aguas purulentas de las ineficiencias de dicho sistema. Resulta paradójico cómo un farmacéutico debe dispensar un medicamento de este tipo sin poder hacer un seguimiento de su uso repetitivo, que es lo que puede traer más problemas.
Es desconcertante cómo no es necesaria la prescripción de un profesional para este fármaco, y sí lo es para otros, como los anticonceptivos clásicos. Es cuando menos inquietante para la sociedad que medicamentos para un dolor menstrual o de cabeza no puedan dispensarse si no es con receta médica y otros como el mencionado sí. En definitiva, resulta difícil de explicar a la sociedad que la salud de las personas se someta a la estrategia política que convenga en función de la oportunidad del momento.
No represento la voz de los farmacéuticos, pero entiendo que, como profesión, queremos dejar de estar a los pies de los caballos, y asumir nuevas responsabilidades para con la salud de los ciudadanos, a los que nos debemos. Pero eso hay que hacerlo en un marco de coherencia y no de capricho, unidos y coordinados con el resto de profesionales de la salud, sin someternos a otra cosa que al beneficio de las personas a las que atendemos.
Existen experiencias más que exitosas de prescripción farmacéutica y enfermera en países como el Reino Unido, que van mucho más allá que las políticas erráticas e insuficientes que se están tomando en la actualidad. Hay nuevas prácticas asistenciales, por las que los farmacéuticos se comprometen en mejorar los resultados de los medicamentos.
El nuevo debate ético no es el de la píldora del día después y la vida. Ese se abrió hace mucho tiempo, y puede continuar. El debate de ahora es acerca del papel que profesionales y pacientes deben jugar, en torno a la herramienta sanitaria más utilizada: el medicamento.
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