La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El Gran Mediocre, el ausente y los lacayos en el Congreso del PSOE
La esquina
EL fiscal general del Estado alerta: cada vez son más los adolescentes que pegan a sus padres. El año pasado 4.200 padres denunciaron a sus hijos menores de edad ante los tribunales. Parecen pocos, ya que hay en España más de tres millones de chicos y chicas entre 12 y 18 años.
En cualquier caso, los 4.200 suponen un 56% más que en el año anterior. Demasiados, y más porque no resulta gratuito pensar que son muchas más las agresiones que los padres no llegan a denunciar por vergüenza, por pudor o por temor. Se guardan para sí la humillación antes que judicializar el horror que viven dentro de sus hogares.
Lo sufren en silencio, como buena parte de las mujeres víctimas de la forma de violencia doméstica que la sociedad sí ha interiorizado ya, por fortuna, como mal a combatir colectiva e institucionalmente. También como la violencia de género, ésta de hijos e hijas contra padres y madres se ha revelado transversal: se producen casos en todas las clases sociales, de modo que no se trata de un fenómeno que tenga que ver con los niveles de renta y educación. No se puede atribuir a la desestructuración familiar.
Dejando aparte los episodios ocasionales, este tipo de agresiones proceden obviamente de muchachos malcriados. Malcriados por los padres, por la escuela, por la sociedad, y reveladores de un gran fracaso colectivo. Probablemente los padres que ahora sufren el maltrato se arrepienten de no haber sabido decir no a sus hijos cuando eran niños (he oído a José Antonio Marina que a las criaturitas hay que empezar a prohibirles cosas ¡a partir de los ocho meses!), de excederse en permisividad y de pasarse los primeros y decisivos años del hijo vulnerando el delicado sistema de recompensas y castigos -a favor de los primeros, claro- que está en la base de una buena educación.
Cuando padres y madres vienen a darse cuenta de lo equivocados que han estado, es demasiado tarde: los niños ya no son tan niños. Por no dar un cachete a tiempo son ellos los que reciben algo más que cachetes, y de las personas que más quieren, que duele mucho más. Todo padre debe esperar que su hijo, al crecer, se ponga Edipo y reniegue de él para afianzar su propia personalidad, pero éste es un problema puramente psicológico que el tiempo resuelve en la mayoría de los casos. En cambio, ninguno está preparado para que su hijo adolescente le torture anímicamente o le levante la mano de manera cotidiana.
Escuela y sociedad, por su parte, colaboran lo suyo en que la malcrianza juvenil se consolide, una por impotencia y la otra por la asunción de valores que son la negación del respeto, la autoridad y la consideración. Qué tiempos aquéllos en los que decíamos "eres más feo que pegarle a un padre"...
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