La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
La tribuna
EL Diccionario de la Lengua Española contiene dos acepciones de la palabra bolonio. La primera atiende a su sentido propio: "Se dice de los estudiantes y graduados del Real Colegio de España, en Bolonia". La segunda alude a su sentido irónico coloquial: "Necio, ignorante".
Los bolonios a los que me voy a referir no responden a ninguno de estos significados. No son los licenciados universitarios que amplían sus estudios en el Real Colegio Mayor de San Clemente de los Españoles, situado en Bolonia, creado en el siglo XIV y protegido por los Reyes Católicos a partir de 1488. En ese lugar estuvo hospedado Carlos I durante cuatro meses en 1530, con motivo de su coronación como emperador. Era sitio tan relevante que fue expresamente excluido en la disposición promulgada en 1559 por Felipe II, que prohibía que los españoles pudieran estudiar fuera de España. Para poder cursar estudios en este colegio, se exige actualmente ser varón, español, católico, de conducta irreprensible, menor de 30 años y licenciado en España con muy buenas calificaciones. Bolonio significa ser un titulado universitario aventajado.
En los próximos días empezarán a impartirse algunas nuevas titulaciones en aplicación del llamado Proceso de Bolonia. Estos estudios culminarán dentro de cuatro años con la entrega de los títulos de grado, lo que supondrá que dejen de expedirse los títulos de licenciado y diplomado. Es muy posible que se produzca una democrática transformación del significado de la palabra bolonio, que ya no se aplicará únicamente al licenciado de expediente brillantísimo, sino también al graduado universitario que generará la adaptación al Plan de Bolonia.
El nuevo modelo pretende igualar a las diversas legislaciones para facilitar así la movilidad de los titulados universitarios por los diversos Estados de Europa, no sólo los pertenecientes a la Unión Europea. Desde este punto de vista, la idea es buena, de ahí que los políticos de todo signo la hayan hecho suya y enarbolen decididamente la bandera del sistema europeo universitario.
Sin embargo, algo muy importante ha fallado a la hora de su implantación en nuestro país. Siendo la universidad el lugar donde se utiliza con más frecuencia el saludable mecanismo democrático de la votación, llama poderosamente la atención que no se haya efectuado ninguna consulta a los alumnos, profesores y personal de administración sobre tan trascendental cuestión: se ha impuesto el hecho consumado y evitado la posibilidad de oficializar la opinión contraria del colectivo universitario.
Como no existen datos ciertos sobre la aceptación del nuevo modelo por sus destinatarios, aventuraré mi opinión al respecto. Los alumnos no lo quieren porque temen, con razón, que se rebaje el nivel del título y salgan perdiendo cuando éste se confronte con el de los actuales licenciados; y, para obtener tan magro resultado, no querrían realizar un esfuerzo continuado durante todo el curso.
Los profesores están más divididos. Los que tienen contacto con el poder apoyan el nuevo modelo; otros se oponen, aunque de una manera tibia, pues no se han manifestado con la contundencia que hay que emplear cuando se plantea un rechazo frontal; y los demás docentes no se han pronunciado porque hace mucho tiempo que han dejado de esperar que los poderes públicos reconduzcan efectivamente la lamentable situación en que se encuentra nuestra universidad. Y, en todo caso, no aprecio el menor entusiasmo entre los profesores, sobre todo cuando se constata que las endeudadas universidades quieren efectuar toda la reforma con un coste cero. Como el aumento de la tarea docente del profesor no irá acompañado de un incremento de sus retribuciones, se llevará a cabo a costa de sacrificar total o parcialmente la tarea investigadora.
Los analistas coinciden al sostener que el modelo que se pretende implantar en nuestras universidades es casi idéntico al que actualmente se aplica en la Enseñanza Secundaria y en el Bachillerato: consiste en reducir la importancia de la aptitud del estudiante y potenciar su actitud, en poner el acento en las actividades que habrá de realizar durante el curso -le salgan bien o mal- aunque dejen de evaluarse a fondo los conocimientos verdaderamente adquiridos.
Como será más fácil que hoy obtener un título universitario, a mediados del siglo XXI millones de empleados, prestadores de servicios y empresarios serán graduados que sólo poseerán unas ligeras nociones sobre las materias que han estado tratando durante sus estudios, por más que hayan venido realizando continuas actividades sobre ellas.
¡Ya vienen los bolonios!
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