En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
La tribuna
ALEMANIA es el mayor país de la Unión Europea, líder de la misma y motor de su economía. Por ello, no es aventurado decir que lo que allí ocurre marca tendencia, apunta en una dirección por la que después van transitando otros países. En el caso que nos ocupa, la noticia es buena: el español es el segundo idioma extranjero más estudiado y, sobre todo, el más solicitado y el más querido. Al menos eso se desprende de la lectura de canales de noticias, foros y secciones especializadas de periódicos.
La realidad podría ser más halagüeña si la administración educativa de cada uno de los länder fuera capaz de ofertar el número de profesores de español que solicitan los institutos como consecuencia de las peticiones de sus alumnos. Ya son más los que estudian español que los que estudian francés. Según datos de la Oficina Estadística Federal (Das statitischen Bundesamt), en los últimos siete años el porcentaje de estudiantes de español ha crecido en más de un ciento cincuenta por ciento, y la tendencia continúa hacia arriba.
Como todos los valores medios, significa que hay territorios con valores más elevados que otros. Así, por ejemplo, en Baviera, el incremento ha sido del trescientos por cien, y en otra de las regiones más prósperas y avanzadas de la antigua República Federal, como es la Baja Sajonia (Niedersachsen, cuya capital es Hannover), el incremento porcentual ha sido del cuatrocientos por cien. El presidente de la Unión de Profesores de Filología de Alemania (Deutsche Philologensverbands) califica el fenómeno de Spanische boom, y dice que la tendencia no es mayor por la falta de docentes. Existe una gran demanda de profesores de español cualificados. No hay paro en ese sector y todo el que aparece es cogido al vuelo.
No sólo es el interés lo que guía a los estudiantes cuando eligen nuestra lengua. Hay detrás un poso de simpatía hacia España y los españoles, reforzado por lo bien que se lo pasan los jóvenes alemanes cuando vienen a perfeccionar su nuevo idioma a España y, lo que es muy importante, lo bien acogidos que son. Se leen opiniones muy reconfortantes: "El español es como los españoles: abierto, sonriente, lleno de temperamento"; "Sólo queremos acompañar a nuestros padres en vacaciones cuando van a España"; "El español es algo muy especial, y encima es más fácil de aprender que el francés"; "El sentido del humor y la falta de rigidez de la gente me caen especialmente bien: ellos y su idioma no tienen todo tan completa ni tan previamente detallado como lo tenemos nosotros".
La lectura de las opiniones recogidas en los foros es también muy ilustrativa. Unos ponen en aviso a otros, y hacen comentarios que recogen nuestra realidad desde un punto de vista bastante clarificador. Un comentario advierte: "Cuidado con Cataluña. Allí no se habla español como primer idioma, y nadie te lo advierte cuando te inscribes". Otro señala lo mismo, y dice que "En la Costa Brava, en Mallorca y en Alicante se habla catalán, y el catalán está tan alejado del español como el portugués o el italiano". Una chica advierte enfadada su contrariedad cuando va a un instituto y se encuentra con que allí sólo se habla en catalán. Se queja y le dan explicaciones que se remontan hasta lo que ocurrió en tiempos de Bismarck. La alemana, perpleja, dice: "Si ya no hay quien comprenda que no se pueda estudiar español en España, menos se comprenden las razones que dan para explicarte por qué hacen eso.".
Después de conocer que con la nueva ley de educación catalana el castellano queda confinado a sus dos horas semanales, y que la nueva gran verdad revelada es que el catalán se constituye en lengua vehicular, con independencia de cuál sea el idioma que posea la población, las noticias de Alemania me tornan profundamente melancólico. Algo de consuelo proporciona saber que el número de castellanohablantes fuera de España crece más deprisa que el de analfabetos funcionales en castellano que producen algunos sistemas educativos de algunas autonomías. Es un poco la aplicación del dicho manchego de "las gallinas que entran por las que salen". A veces los políticos equivocan su función, y en lugar de tener la capacidad de transformar la sociedad, desarrollan una gran habilidad en complicarle la vida a la gente.
Escuché una definición de la política que siempre me pareció exagerada y fuera de lugar. Era algo así como que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos donde no los hay, diagnosticarlos de manera equivocada y aplicarles remedios inadecuados. A lo peor es que me voy haciendo mayor, pero cada vez me parece que la anterior frase no anda tan descaminada.
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