La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
La tribuna
TRAS la reunión del conocido como G-8, que representa a algunos de los principales países, podemos reflexionar sobre los dos temas más significativos de la misma: el cambio climático y la pobreza en África. La cantidad comprometida para proyectos agrícolas y ayuda al desarrollo es de 14.300 millones de euros, lo que indica una preocupación real por los problemas de esos países, y justifica la reunión. La otra cuestión es el recorte en un 50% de las emisiones para el año 2050, evitando que el calentamiento medio sea superior a dos grados, límite por encima del cual la volatilidad del clima puede tener consecuencias catastróficas. Esta propuesta no ha contado con el apoyo de países con fuerte crecimiento basado en un evidente despilfarro energético, como China e India, y queda pendiente para la cumbre del clima de la ONU, que se celebrará en diciembre en Copenhague.
Desde la perspectiva de los economistas, Nicholas Stern ha publicado un libro, al que nos referimos hace unas semanas, sobre "cómo gestionar el cambio climático y crear una nueva era de progreso y prosperidad", que es una continuación del famoso informe que lleva su nombre. Salvo alguna opinión extravagante, los científicos y políticos coinciden en la magnitud y gravedad de un problema que deja pequeña a la crisis actual. El profesor Stern muestra cinco vínculos entre economía y cambio climático: la actividad económica que produce emisiones; la concentración y acumulación de esas emisiones que se convierte en una amenaza; el efecto de las concentraciones sobre las temperaturas; el de las temperaturas sobre fenómenos climáticos; y el de estos fenómenos: sequías, inundaciones, elevación del nivel de las aguas, inestabilidad atmosférica, sobre el bienestar de los pueblos.
David King, el que fuera asesor científico del gobierno de Blair, decía en unas manifestaciones polémicas, que el cambio climático era el problema más serio con que nos encontramos, más aún que la amenaza terrorista, porque -decía- qué terroristas tienen capacidad para fundir la capa de hielo de los polos cambiando el clima en el Atlántico Norte y provocar una sequía permanente en África.
África es una fuente continua de noticias catastróficas relacionadas con la alimentación y el medio ambiente. Ha sido discutida la identificación de los problemas del Chad y Darfur con la desertización, y hoy se habla de "refugiados climáticos", un nuevo problema de emigración masiva como el que recientemente ocurre en Nandom, al norte de Ghana, donde la sequía persistente obliga a emigrar hacia el sur del país. Se trata de evitar lo que Anthony Vidler llamó, en otro contexto, "entornos vagabundos", o incertidumbres de la tierra de nadie, motivados por la volatilidad que caracteriza al cambio climático. Tras el desastre del Katrina, hace ya casi cuatro años, 300.000 personas no han regresado a Nueva Orleáns; quizás sean exageradas las cifras que hablan de decenas de millones de personas que pueden verse forzadas a dejar sus tierras por el cambio climático, pero sin duda es un problema que vincula las dos cuestiones principales de la agenda del G-8.
La visita de Barack Obama a Ghana tras la cumbre del G-8 ha reforzado la imagen humanitaria y de solidaridad hacia África, y sirve como inspiración para que los africanos tomen en sus manos su propio destino. Es importantísimo el libro Desafío para África: una nueva visión, de Wangari Maathai, la medioambientalista que ganó el premio Nobel, donde se habla de las fragilidades políticas y económicas, de los ecosistemas, así como de una pérdida de identidad que hace difícil encontrar un camino hacia la convivencia y exige un desarrollo institucional y político propios.
Aunque hay un interés obvio en acceder a las fuentes de materias primas de África, así como la necesidad de mantener cierta seguridad en la zona, evitando que la pobreza extrema lleve al caos y genere conflictos permanentes, es estimulante y esperanzador que los países sean capaces de reunirse y tomar medidas. No se trata de ser optimistas ni pesimistas, sino de hacer creíble un mundo basado en la cooperación y la solidaridad, en el propio interés de todos los países. También creo que los gestos y hechos que puedan salir de estos encuentros irán dejando en evidencia y quitando razones a los gobiernos despóticos, que han aprendido de los colonizadores cómo se explota, y son hoy la mayor amenaza para sus propios pueblos.
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