La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La generación del pico y la pala
La tribuna
LOS resultados electorales de IU en las elecciones europeas parecen estabilizar la prolongada caída en el abismo que la coalición ha venido sufriendo en todas las convocatorias electorales celebradas durante la pasada década. En efecto, desde las elecciones municipales de 1999, IU ha venido perdiendo sistemáticamente votos y escaños de diputados, senadores y/o concejales en todos y cada uno de los comicios. Y en esta última convocatoria, aunque conserva sus dos eurodiputados, ha perdido más de 60.000 votos respecto del apoyo obtenido en las anteriores elecciones de europarlamentarios (2004). Y ello pese a ser éstas unas elecciones de circunscripción única estatal y, por tanto, mucho más proporcionales que las locales, autonómicas o generales, invariablemente más lastradas por el "voto útil" del "bipartidismo imperfecto" de nuestro sistema de partidos y por los efectos desigualitarios del ya claramente prescindible coeficiente D'Hont de asignación de restos.
Ese agridulce resultado debería forzar a sus dirigentes a una seria reflexión sobre las causas profundas de sus cada vez más precarias perspectivas político-electorales. Porque lo cierto es que, a tenor de sus resultados, IU bien podría hacer suya la queja del protagonista de la famosa venta de la puñeta: "¡Mientras más vendo, más pierdo!".
Paradójicamente, ello ocurre en el contexto de una profundísima crisis económica global, provocada precisamente por ese capitalismo neoliberal, desregulado y sin controles políticos, hegemónico durante las últimas décadas, que consiguió incluso seducir ideológicamente a la corriente principal de la socialdemocracia europea (Blair, Schröder, González, etc.). ¿Cómo es posible, entonces, que una tal crisis se traduzca en un triunfo electoral de las derechas en toda Europa? En buena lógica política, ahora deberían haberse reconocido electoralmente los méritos de esas izquierdas europeas que más y mejor se han resistido a los cantos de sirena del neoliberalismo económico causante de la crisis: los socialdemócratas escandinavos, el Die Linke de Lafontaine en Alemania, el socialismo marxista del Salto danés, el Nuevo Partido Anticapitalista de Olivier Besancenot en Francia, IU en España...
No ha sido así y, lo que es peor, obtienen representación parlamentaria partidos extremistas de derechas, u otros relativamente nuevos, como la UPyD de Rosa Díez, que en España amenaza ya claramente la posición de tercer partido de IU. Como sintómatico resulta asimismo el aumento espectacular del voto en blanco español, que se duplica respecto a 2004, pero del que interesadamente apenas nada se dice.
Que las derechas gestionan la economía mejor que las izquierdas es un tópico político, cuya falsedad han demostrado de sobra los países escandinavos. Pero, como muestran los resultados electorales, los europeos siguen confiando más en los partidos conservadores que en los progresistas para gestionar la economía en épocas de crisis.
Con todo, en el caso de IU, lo que mejor explica su constante declive electoral es lo que en publicidad se llamaría su mala y anticuada "imagen de marca". ¿Cuál es esa "imagen de marca"? Para la mayoría de los electores españoles, y especialmente para los más jóvenes, IU es una coalición electoral dominada por un partido comunista no reformado (el PCE), es decir, por un partido que, pese a su pasado eurocomunista, se sigue identificando políticamente con la extinta URSS, que defiende la dictadura castrista en Cuba y que, si llegara al poder, trataría de implantar en España una economía socialista. Poco importa que de esa imaginaria filosofía política no participe ni siquiera el PCE, o que no la compartan determinados miembros de esa coalición (republicanos, verdes, etc…), ni que el CUT de Sánchez Gordillo practique en Marinaleda políticas más propias de los falansterios de Fourier que del comunismo puro y duro de Kim Jong-il en Corea del Norte.
Por supuesto, también descuentan votos sus múltiples carencias democráticas y/o sus encarnizados enfrentamientos internos. Pero todo ello, con ser grave, no es lo más relevante desde la perspectiva electoral: la clave es su "imagen de marca" fundamentalista.
Si IU quisiera remontar el vuelo electoral, debería refundarse, recuperando su participativo espíritu posmaterialista fundacional. Y redefinirse política y programáticamente tanto respecto del "capitalismo de Estado" de la URSS como del "estalinismo de mercado" chino, clarificando las relaciones que postula entre Estado y mercado, así como entre libertad e igualdad. Y reafirmar su compromiso con las libertades democráticas y el Estado de derecho. Aunque sea anticapitalista, IU debe asumir que la crisis del capitalismo no implica su desaparición. El capitalismo seguirá funcionando hasta que los seres humanos seamos capaces de alumbrar un sistema económico de asignación de recursos sociales, que sea al menos tan eficiente como el capitalista, además de más justo, menos inestable y menos desigualitario. Pero, por desgracia, hoy por hoy ese tan deseable sistema económico alternativo no existe en ningún lugar del mundo. Y eso también debe asumirlo.
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