¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
DE POCO UN TODO
MI viaje a Sicilia fue mejor y aún peor de lo esperado. Eso, según Montaigne, es lo enriquecedor, porque si sólo aconteciese lo previsto, no habría nada nuevo que ver. Que fuese mejor de lo esperado, partiendo de mis negros presagios, no era difícil, así que empecemos por lo peor. Me había quejado de que mi maleta pesaba mucho. Y pesaba. No obstante, en el aeropuerto se volatilizó. Con la maleta perdida, perdimos un día quejándonos y comprando calzones y calcetines.
A los dos días reapareció el equipaje y pudimos centrarnos en el turismo. Fue entonces cuando el viaje se puso de veras ruinoso. No sólo en un sentido económico, sino literal: en Sicilia, como se sabe, florecen las ruinas. Es un negocio boyante: te cobran bien la entrada, y es lógico porque son piedras preciosas. Lo paradójico era que nosotros estuviésemos empeñados en correr hasta el pinzamiento muscular detrás de todas aquellas ruinas, que llevan ahí, quietísimas, acodadas al borde del mar, tranquilas, miles de años. Qué tonta nuestra prisa entre los mármoles.
Los que han captado el espíritu son los sicilianos, que no se estresan. Si sus calles son zarrapastrosas, sus casas decrépitas y sus hoteles descascarillados, se entiende. Debe de ser complicado contemplar constantemente cómo los cosmopolitas más cultivados del cosmos se pirran por las ruinas, y no tener uno la pequeña coquetería de arruinarse un poco. La suciedad, con todo, cumple un papel artístico de primer orden. Sirve para realzar la tersura de los mármoles, el brillo de vidriera de los mosaicos bizantinos y el del azul del mar como telón de fondo. Me deslumbró como nunca el fogonazo de blancura del obispillo de las golondrinas. Sería por el contraste.
Como ven, sin darme cuenta, he entrado en el capítulo de lo mejor. Arte aparte, fue estupendo desconectarme de la actualidad política española. No me enteré de que Zapatero hacía su crisis de Gobierno mientras que yo pasaba mi crisis de síndrome de Stendhal. Y sólo lo he sentido por una cosa. Aprovechando que andaba por la tierra de Lampedusa podía haber compuesto el gesto y comentado la remodelación ministerial con la famosa cita: "A veces, es necesario que todo cambie para que todo siga igual". Era el momento y el sitio, sin duda.
Cuando he aterrizado en España, mientras sigo buscando la maleta, que me han vuelto a perder, he visto a muchas personas seriamente preocupadas por el nivel de los nuevos ministros. Yo sólo les hablo de Sicilia. Y no -lo prometo- por esa manía propia del turista, que si no detalla su viaje parece que no ha ido; sino por consolarles. No se vive tan mal entre ruinas.
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