¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
DE POCO UN TODO
EN mi casa han entrado las termitas. Esto, en principio, no da para escribir un artículo porque no tiene ninguna gracia. Aquí me quejé de las obras de reforma y de la mudanza, y lo hice porque, aunque andaba muy agobiado, esos asuntos no dejaban de tener una dimensión ilusionante. Las termitas, no. Y sin embargo, dando vueltas a las termitas -no hago otra cosa últimamente- he caído en que podrían ayudarnos a entender el problema (que tampoco tiene gracia) de nuestro país, la casa colectiva de los españoles.
Las termitas odian la luz. Eso las hace mucho más difíciles de detectar y, por tanto, más peligrosas. Devoran por dentro la madera y los libros, pero sin alterar su apariencia. Sólo cuando se tiene un oído finísimo o cuando una viga al final se hunde, dan la cara.
Bien, pues fíjense lo que entre unos y otros han hecho con la Constitución. Los diminutos partidos nacionalistas, aprovechándose del ansia de poder de los dos grandes partidos nacionales, han ido vaciando las competencias del Estado hasta tal extremo que hoy muy difícilmente puede sostenerse que exista una igualdad real entre todos los españoles, como con inútil solemnidad proclama el art. 14. A efectos prácticos (y teóricos) la indisoluble unidad de la Nación española (art. 2) se ha vuelto un concepto hueco, discutible y discutido. Y no digamos nada del derecho a usar el español (art. 3).
He comenzado por el problema autonómico porque afecta a la viga maestra, pero la plaga está muy extendida, y del ordenamiento constitucional, tras una subterránea labor de zapa de las normas de rango inferior, no queda sino la pintura externa. La independencia del Poder Judicial sigue en el espíritu de la Carta Magna, pero como un fantasma. Como el derecho a la vida de todos (art. 15), que el aborto socava. ¿Y qué me dicen del derecho a contraer matrimonio (art. 32) del hombre y la mujer [sic]? ¿O del de los padres a educar a los hijos según sus convicciones morales y religiosas (art. 27.3)?
¿Qué hacer? En el Tribunal Constitucional, por su origen politizado y su trayectoria acomodaticia, no podemos confiar. La esperanza radica en la misma naturaleza de las termitas. Detectar su presencia y su modo de actuación es lo complejo. Luego, si se quiere, es posible, aunque costoso, defender la madera, esto es, a la Constitución. No es perfecta y, de hecho, ha dado cobertura y alimento a este proceso, pero es la nuestra, la que votaron todos los españoles, y conviene asegurarla antes de que se nos hunda el edificio. O que acabemos teniendo que cambiar las puertas y las ventanas por otras de aluminio, con lo frías que son.
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