Eduardo Jordá

El monstruo marino

EN TRÁNSITO

19 de noviembre 2008 - 01:00

MUCHOS de los burgueses que compraban los cuadros de Vermeer se habían enriquecido con el comercio de esclavos. Detrás de las espinetas y las doncellas leyendo cartas había un infierno de pobres diablos con una argolla al cuello. El arte nunca es inocente, y por eso escribió Walter Benjamin que todo acto de cultura es también un acto de barbarie. En este sentido no debería sorprendernos la polémica sobre la cúpula de las Naciones Unidas de Ginebra pintada -o más bien mineralizada- por Miquel Barceló con su escafandra de astronauta o tal vez de inmunólogo que investiga el virus de Ébola. Si su financiación -aunque sólo sea parcial- procede de fondos públicos que deberían haberse destinado a la ayuda al Tercer Mundo, las cosas no han cambiado tanto desde los tiempos de Rembrandt.

Picasso cobró doscientos mil francos por su Guernica, una cantidad fabulosa que podría haberse dedicado a los niños de la zona republicana que tenían que comerse -si tenían suerte- las lentejas del doctor Negrín. En realidad, Guernica no sufrió más que Madrid o Barcelona o Almería (o Cabra, bombardeada por la aviación republicana), pero se convirtió en un mito que dio la vuelta al mundo y permitió que mucha gente descubriera la crueldad de nuestra guerra. Es cierto que un artista sensato no habría querido cobrar por su trabajo, sobre todo cuando el país vivía uno de los peores cataclismos de su historia. Picasso prefirió cobrar. Tal vez no existan los artistas sensatos.

La mayoría de artistas tiene un ego del tamaño de las cuevas de Altamira, y eso explica que muchos acepten encargos delirantes que una persona cuerda rechazaría. La arquitectura actual, por ejemplo, está llena de costosos e inútiles desatinos. Y en el arte contemporáneo también abundan las grandilocuentes muestras de vacuidad disimuladas con grandes dosis de palabrería. Nada está libre de los fraudes: muchos poemas admirados por los críticos y los profesores no resistirían el análisis sintáctico de un alumno de Primaria. Pero las cosas son así. El sueño de la mayoría de artistas es hacer algo irrazonable que deje boquiabierto al mayor número de espectadores. Hitler, no lo olvidemos, fue un pintor frustrado.

La cúpula de Barceló parece de una fealdad monstruosa, pero quizá la ha hecho así a propósito, como si nos dijera que "eso" es lo único que nos merecemos en esta época de nihilismo y de megalomanía enloquecida. Quizá su mensaje oculto, aunque ni él mismo sea consciente de ello, sea una frase así: "Este monstruo que cuelga sobre vuestras cabezas es lo único valioso de este mundo". Por eso se ha pagado con un dinero que podría haberse dedicado a cosas mucho más necesarias. Todo forma parte del juego. Y ahí, quizá, radica su belleza.

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