Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
DE POCO UN TODO
LA realidad nos hace unos regalos sorprendentes. Fui al cine a ver la adaptación que Julian Jarrold ha cometido de Retorno a Brideshead, la inolvidable novela de Evelyn Waugh. En una secuencia enfocan a una tortuga con diamantes incrustados en el caparazón, regalo de Rex Mottram a su novia, Julia Flyte. En el libro, la tortuga enjoyada quiere ser el símbolo de la ostentación insensible y ridícula del personaje, que contrasta con la elegancia intachable y encantadora de los Flyte, los dueños de Brideshead. Pues bien, al verla, alguien sentado en una butaca de atrás no pudo resistir la emoción y exclamó: "¡Qué preciosidad!"
No sabía esa espectadora aficionada a las tortugas y/o a los diamantes que me estaba dando hecha la crítica a la película. Se lo agradezco desde aquí. Al director le pasa exactamente igual que a ella: en su caso, ve una casa de campo lujosa y una historia de amor complicada, y se queda en el "Oh, qué preciosidad", sin preguntarse qué significan.
Lejos de mis costumbres poner esa cara como de oler mal que se les queda a los exquisitos cuando alguien osa hacer una versión cinematográfica de un libro amado. Hay muchas adaptaciones que me gustan bastante; sin ir más lejos, Retorno a Brideshead, la serie de la BBC que dirigieron Michael Lindsay-Hogg y Charles Sturridge. Aunque no llegue, como es lógico, al nivel de la prosa de Evelyn Waugh, es extraordinaria y muy aconsejable.
Esta película, en cambio, no es una versión del libro, sino una lectura muy particular. Como fui a verla la noche de Halloween, me parecía oír, entre las exclamaciones de mi vecina de atrás, los huesos de Waugh retorciéndose en la tumba. Los guionistas, Andrew Davies y Jeremy Brock, cogen la tormentosa relación entre Julia y Charles Ryder, que va surcando intrépidamente los años, y la hacen naufragar. La convierten en una simpleza de amor a primera vista, como de peli de instituto, con oposición materna incluida (e inventada), en plan Titanic.
La película, sin embargo, no es completamente inútil y, a su modo, resulta instructiva. Contrastándola con la riqueza de significaciones de la novela y con la fidelidad casi perfecta de la serie de la BBC, esto de ahora puede servir para comprobar lo difícil que resulta entender de verdad la obra de un católico, como era Evelyn Waugh, sin una mínima apertura a la trascendencia y un poco de formación. Estremece imaginar cómo van a ver todo el arte religioso de occidente -cuadros, iglesias, músicas, libros, películas- los jóvenes educados en la cosa para la Ciudadanía y el laicismo total. Eso sí; siempre les quedarán las tortugas con diamantes.
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