El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Transporte
BENDITA invasión la que se está produciendo en Sevilla. Es esta afirmación la única que se me ocurre para calificar el tremendo incremento en el uso de la bicicleta como medio de transporte en la ciudad.
Para que una tecnología, cualquiera, pueda contribuir a la mejora de los niveles de sostenibilidad ambiental y social de nuestras ciudades y de nuestra sociedad hay varias pautas que debe cumplir: es necesario que produzca un servicio con el menor consumo de recursos posibles, que sea sencilla en su uso y manejo, que sea accesible a la gran mayoría, que no ocasione efectos secundarios más allá de lo razonable y que mejore la vida de los usuarios y de los que están a su alrededor. Pocas son las tecnologías que hoy por hoy cumplen a rajatabla todos estos requisitos. Lo que es seguro es que la bicicleta en el medio urbano, junto quizás con el calentamiento de agua mediante energía solar, sí lo hace con total solvencia.
En este sentido, las últimas cifras difundidas por el Ayuntamiento sevillano antes de las vacaciones son una buena noticia en sí mismas: unos 50.000 ciclistas en la calle todos los días laborables, lo que significa, aproximadamente, un 8% del reparto modal (porcentaje de uso de cada uno de los medios de transporte urbanos) diario.
Los que nos dedicamos a este mundo de la movilidad y a su relación con la consecución de mayores cotas de sostenibilidad ambiental urbana estamos francamente perplejos ante la evolución tan positiva del fenómeno en tan corto periodo de tiempo. Recordemos que, aunque se viene gestando desde hace ahora unos cinco años, la política de fomento de la bicicleta como medio de transporte urbano, más allá de su uso recreativo y lúdico, sólo se ha hecho visible para el común de la ciudadanía desde hace dos años y medio, exactamente desde el momento en que se iniciaron las obras de la red de vías ciclistas. Esta red se encuentra ya casi completada en su primera fase (77 kilómetros) y está ahora en planificación la segunda, que incorporará unos 40 kilómetros adicionales.
Considero que no resulta reiterativo enumerar brevemente la serie de efectos positivos de la bicicleta en relación con la mejora ecológica. La bicicleta no contamina, al no utilizar combustibles fósiles. Sólo necesita de la fuerza de propulsión humana que se obtiene del leve incremento de la ingestión calórica del ciclista. La bicicleta tiene la enorme virtud de transformar esta energía química en energía cinética, que es la que sirve para desplazarnos, de manera muy eficiente. De hecho, la bici se considera el medio de transporte más eficiente que existe, por encima incluso del simple caminar.
Ello provoca que no emita sustancias contaminantes a la atmósfera, que no haga prácticamente ruido, que ahorre recursos no renovables y que la simplicidad de su aparataje permita un reciclado casi completo de sus componentes.
Pero ésos son sólo los beneficios ecológicos directos. Después de ellos se encuentran toda una serie de efectos positivos indirectos que, en último término, benefician a los propios usuarios y a la sociedad en su conjunto. Entre éstos se encuentran los beneficios a la salud que reporta la ejecución diaria de una actividad física moderada, hecho corroborado últimamente por varias instancias sanitarias, la mejora de la habitabilidad del espacio urbano o la eficiente utilización de recursos públicos en la dotación de infraestructura (es poco lo que ha de invertirse para lo mucho que se obtiene). Hasta ahí lo evidente. Después hay toda una serie de beneficios indirectos menos evidentes, como la mejora en la productividad, en la movilidad o en la economía doméstica.
Pero estando ahí todos los beneficios que la movilidad ciclista reporta a la mejora de la movilidad y la accesibilidad urbanas, la experiencia de Sevilla es aún más importante que todo ello. Primero, porque demuestra que hay muchas cosas interesantes por hacer si existe la voluntad política suficiente para hacerlo y para resistir a los sectores críticos a todo cambio. Segundo, porque también demuestra que la ciudadanía responde muy positivamente, cambiando hábitos individuales y colectivos, cuando se ponen los medios al alcance de todos y se ofrece un buen servicio.
Tras la puesta en servicio de la infraestructura necesaria y de todos los demás elementos que la acompañan (servicio de bicicleta pública, aparcamientos, señalización...) sólo es necesario un periodo de adaptación de todos los usuarios de la vía pública; también de los propios ciclistas. Esta infraestructura deberá ir mejorándose con el paso del tiempo, corrigiendo errores de diseño y construcción y mejorando espacios donde la interacción con los demás usuarios es hoy complicada, sobre todo, en las intersecciones. Tener paciencia, educación, tranquilidad y respeto para con los demás ciudadanos que comparten la vía pública son condiciones indispensables para mejorar la movilidad y seguridad en la vía pública. En este sentido, todos tenemos que adaptar nuestros comportamientos y ser simplemente cívicos.
Insisto, no obstante, en que este cambio se ha operado más bien como consecuencia de la adopción de ciertos criterios en una parte de la política de movilidad que como resultado de acometer grandes y caras obras de infraestructura. La clave del cambio está en la palabra gestión, porque las ciudades que sean capaces de gestionar los servicios y su infraestructura de manera sostenible serán las únicas competitivas en el medio plazo. La política de fomento de la bicicleta se basa en este pilar fundamental, pues en él se ha apoyado, de manera mucho más racional y razonable, el diseño y la implementación de la infraestructura necesaria.
Tenemos, pues, la oportunidad y los medios al alcance de la mano para que la bendita invasión de la bicicleta se generalice en toda Andalucía, lo que generará, qué duda cabe, un cambio total en la concepción de la movilidad urbana. Este cambio pasa por la cooperación entre los medios de transporte más beneficiosos, incluyendo los no motorizados (el pie y la bicicleta) y el transporte público. La acción urbanística de remodelación de los tejidos urbanos y de gestión del espacio a favor de estos medios de transporte es fundamental, como bien se está demostrando en Sevilla.
A partir de ahora sólo queda insistir en lo ya hecho, intentando aplicar las pautas aprendidas a otros ámbitos de la acción municipal, sobre todo en el resto del sistema de movilidad que todavía se guía por la aplicación de algunos criterios desfasados que sólo tienen en cuenta el tráfico de coches. Queda, también, difundir la experiencia de la política vigente de fomento de la bicicleta como medio de transporte allá donde sea posible y para que todo el mundo sepa que Sevilla se ha convertido, se está convirtiendo, en la ciudad de la bicicleta del sur de Europa.
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