La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
MUY a principios de esta primavera estaba yo leyendo el periódico, preocupado, cuando levanté un instante la vista al cielo, en busca quizá de una esperanza, y sorprendí a la primera golondrina. Una golondrina sí hace primavera, me dije, con la ilusión de escribir un artículo sobre ellas. Describiría su vuelo voluble, en volutas, valiente, volandero, veloz, vivaz y, a veces, levitante. Además del batir de alas y aliteraciones, había información útil que ofrecer: por ejemplo, los datos necesarios para que el lector poco aficionado a la ornitología no confunda a la elegante golondrina (hirundo rustica) con el avispado avión (delichon urbicum) ni con el vertiginoso vencejo (apus apus). Y podría añadir una tenue hipótesis propia sobre el mito, pues esa leyenda piadosa y proteccionista de que las golondrinas le quitaron las espinas a Cristo en la cruz me suena a metáfora audaz de los pinchazos de que nos libran cada verano, alimentándose de mosquitos.
Tenía, pues, material de sobra para echar a volar un artículo; pero algo en aquel periódico me despeñó contra un tema de actualidad, que ya he olvidado. Y así se fueron sucediendo las semanas, los meses y las estaciones, y no encontré ni un humilde miércoles para dedicárselo a las golondrinas, siempre ocupado con los golondrinos de la política y la economía.
Hace unos quince días en las antenas de televisión -esas banderillas que el discurso de valores dominantes le clava en lo alto del morrillo a las familias, si me permiten la voluta- en las antenas, digo, sorprendí una reunión grande de golondrinas, preparándose para emprender su viaje al sur. Recordé entonces mi intención antigua de dedicarles un artículo, y suspiré con mecánica melancolía: cómo pasa el tiempo. Ahora sí podría escribir aquella columna porque ya hablé bastante de la crisis cuando más de media España la negaba. Lo malo es que a estas alturas del año en vez de un himno me saldría una salmodia.
Todavía ayer se me cruzó una, tal vez la última o quizá la del cuento de Oscar Wilde. El cuento -que el irlandés tituló El príncipe feliz porque era un poco esnob- podía haberse llamado La heroica golondrina. Ayer, al verla, supe que era mi última ocasión de escribir este año sobre ellas…, y la dejé pasar, sin embargo. "Las cosas naturales vuelven siempre", nos avisó Unamuno y las golondrinas, a pesar de las dudas del tembloroso Bécquer, volverán puntuales dentro de unos meses. Entonces, podré escribir un artículo primaveral y esperanzado. Por lo que auguran los economistas, para la primavera del 2009 nos va a hacer mucha, mucha falta, algún motivo de alegría.
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