Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
PASA LA VIDA
CUANDO un ecologista denuncia un perjuicio al medio ambiente derivado de una actuación que interesa muy mucho, normalmente es tildado de catastrofista, chalanero y aguafiestas. Todo cambia cuando es un fiscal quien presenta una querella por delitos ambientales, aunque se base en los datos desvelados por un ecologista. Qué estúpidos somos los humanos cuando lo que está en juego es la salud. Los metales pesados como el arsénico, cuando contaminan el agua, no distinguen a las gargantas de izquierdas respecto a las de derechas, a pobres o ricos, funcionarios o interinos, suegras o yernos.
Esta tarde, en la Casa de la Cultura de Arahal, Isidoro Albarreal, coordinador provincial de Ecologistas en Acción, presenta su libro Crónica de una catástrofe anunciada, sobre el desastre de Boliden en Aznalcóllar, alertado con revelaciones sobre el mal estado de la balsa de residuos pero desoído porque la economía del pueblo dependía en buena medida de la explotación minera. La ruina posterior dependió de la mina.
Isidoro Albarreal fue de los primeros en alertar de que el proyecto minero de la multinacional canadiense Immet en Cobre Las Cruces generaba un serio riesgo en una de las reservas estratégicas de agua potable en la provincia de Sevilla. Le acusaron de oponerse al desarrollo económico de la comarca, de querer cargarse 1.600 puestos de trabajo, etc. Ahora se ventila en sede judicial la inspección realizada por los técnicos de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir gracias a las fotos aéreas de los ecologistas. La empresa se afana por remediar el desaguisado e invierte en mayores garantías medioambientales. Cuando la corta empiece a mover el cotarro laboral y los salarios alegren los hogares, los comercios y los bares de Gerena, Guillena o Salteras, será el momento de recordar que los ecologistas, cuando hacen bien las cosas y alertan del peligro, contribuyen al desarrollo económico sostenible, al empleo duradero y al progreso .
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