La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Juanma apunta a un verdadero problemón
Opinión
LA decisión de los herederos de Federico García Lorca de no impedir una hipotética excavación en Alfacar promovida por los familiares de las otras tres personas asesinadas y enterradas junto al poeta es prudente y generosa. Las reticencias de la familia Lorca se han esfumado cuando, ahora, la posibilidad de la exhumación ha cobrado virtualidad jurídica y ha dejado de ser una hipótesis imaginaria fundada menos en el derecho de los deudos de Joaquín Arcollas, Francisco Galadí y Dióscoro Galindo a recobrar sus restos que en propósitos más o menos quiméricos ligados a la leyenda del poeta.
El asesinato de Federico no sólo ha infundido indignación y dolor en muchas personas por los sangrientos desmanes cometidos en la feroz represión ocurrida tras el golpe militar sino que también ha inspirado una catálogo infinito de efusiones políticas, líricas, visionarias y copleras en una numerosísima cohorte que ha elevado a la categoría de mito (mito morboso, engolado o sincero) las circunstancias de la muerte y el posterior enterramiento. Ha interesado a biógrafos e historiadores auténticos pero también a oportunistas.
Es precisamente a la posibilidad más que previsible de que la exhumación derive en un circo múltiple en el que traten de participar o irrumpir declamadores, oportunistas, vengadores e iluminados lo que la familia teme con razón. A estas alturas del mito seguramente es imposible, por muchos esfuerzos que se desplieguen en preservar la intimidad del rastreo de las fosas, contener a los sustentadores del mito popular que ha perjudicado, pero también beneficiado, a la gloria del poeta y a sus herederos.
En este sentido, todos los esfuerzos que se hagan por preservar el sentido intrínseco de la exhumación serán pocos. Y seguramente vanos, porque va ser imposible desenterrar al hombre sin que en surja el mito; el pariente muerto sin que salga el personaje. Y va a ser difícil aplicar en sentido estricto los contenidos de la Ley de Memoria Histórica sin que parezca que se está administrando, más bien, justicia intelectual, poética o de cualquier otra clase.
Me pregunto si la exhumación de Federico dará sentido a la Ley de Memoria Histórica o si, por su valor simbólico, la distorsionará. Será beneficiosa en la medida en que la probable aparición de los restos se entienda como el colofón al asesinato de un hombre solo frente a la locura sangrienta y colectiva que revolvió a un país. Una víctima entre muchas otras. Posiblemente ayudará a entender el fondo de la ley. Y será perjudicial si la estricta intimidad del desenterramiento de un hombre y sus compañeros de ejecución se solape bajo la morbosidad y el retorcimiento.
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