¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
DE POCO UN TODO
CUENTAN que antiguamente se consideraba de muy mala educación hablar de comida en la comida, pero debe de ser una leyenda. Hasta ahora hemos escuchado a la gente más exquisita comentando otros platos exquisitos entre platos exquisitos. Todo lo cual era una redundancia, desde luego, que yo no podía criticar porque tampoco queda educado del todo, dicen, hablar de religión, de política o de sentimientos, y a mí no se me ocurren temas más apasionantes de conversación. De hecho, los intento sacar a las primeras de cambio, aunque de un tiempo a esta parte con escaso éxito.
La última moda es comer sin parar mientras se habla sin parar de parar de comer. Hemos pasado, pues, de la redundancia a la contradicción. La obsesión por la delgadez ha convertido a todos los gorditos felices en gorditos masoquistas que, mientras nos ponemos las botas, nos damos sobre la marcha sonoros golpes de pecho.
¿Pensamos, quizá, que condimentando los platos con frases bajas en calorías perderemos peso? Las frases, por si acaso, las musitamos con una fe grande y con mucha gravedad, dando hondas cabezadas de asentimiento.
¿Quién no ha asegurado en medio de una comida fantástica: "Mañana empiezo"? Y lo que empieza entonces es una cadena de sortilegios y conjuros mágicos tales como "Hoy ya es la despedida"; "Esta noche no ceno"; "Luego damos un paseo y lo quemamos"; "El arroz baja enseguida"; "El pescado es agua"; "La pasta la toman mucho los futbolistas"; "Los alpinistas siempre llevan en la mochila frutos secos"; "La dieta mediterránea es la más saludable"; "Si te lo pide el cuerpo, será que lo necesitas"; "Eso es fibra"; "Esto es pura proteína"; "En comparación tiene muy pocas calorías"; "Lo que sienta mal en realidad es comer sin ganas"; "Un día es un día"; "Puestos a tomar postre, lo mejor es el helado"; "El chocolate es antidepresivo"; "Un poco de azúcar hay que tomar, para el cerebro" o como guinda, rechazando algo por fin con gesto heroico: "No, gracias; la fruta engorda una barbaridad después de comer".
Permítanme un breve intento de hablar (rudamente) de religión. Desde que hemos dejado de bendecir la mesa y de dar gracias, estamos cayendo en la metacocina o en el nihilismo satisfecho de los chefs estrella o en los empachados propósitos dietéticos de futuro. No se valora lo que no se agradece. Y si esta teología no les sirve, pongámonos de acuerdo, por lo menos, en disfrutar de verdad de la comida y, sobre todo, de la amable compañía. Si nos hace falta adelgazar -que un poco sí-, ya empezaremos, ejem, mañana, pero hoy centrémonos en lo que estamos. Salud, qué bueno todo y muchas gracias.
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