
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La cuaresma del alcalde de Sevilla
La ciudad y los días
DIGÁMOSLO así, para evocar el título y el sentido del testimonio de Primo Levi sobre la conversión de los seres humanos en objetos por obra de la moderna y eficaz barbarie tecno-científica nazi: si esto fue un hombre, no puede ser expuesto. Y los cadáveres que se van a exponer en Sevilla la próxima primavera, con el patrocinio del Ayuntamiento, son de seres humanos, hombres y mujeres de nacionalidad china, sometidos a un complejo proceso de conservación. Aunque sus familiares los donaran o se trate de cadáveres no reclamados, estos cuerpos que aparecen en diferentes estadios de disección adoptando poses espectaculares (encestando un balón, jugando al tenis o tirando dardos) son de seres humanos que algún día soñaron, amaron, sufrieron, odiaron, temieron, esperaron: seres humanos como nosotros y nuestros seres queridos, cuyos cuerpos no querríamos ver expuestos. La coartada de la divulgación científica no sirve, ya que existen modelos artificiales que permiten contemplar con realismo el interior del cuerpo humano. Pero un modelo artificial no tiene el poder de atracción morbosa de un cadáver, y no se olvide que esta exposición es un negocio montado por una empresa norteamericana que recorre con éxito todo el mundo sumando millones de visitas e ingresos.
La exhibición de cadáveres es tan antigua como el ser humano, aunque el avance ético había acabado con ella: los romanos sembraron su imperio de crucificados para enseñar qué aguardaba a quienes se oponían a Roma; los gobernantes medievales o renacentistas los colgaban en los caminos o en las puertas de las ciudades para aleccionar sobre las consecuencias de la transgresión de las leyes; los católicos y los comunistas exponían las momias de los santos o de los padrecitos de la revolución a su veneración religiosa o laica; los empresarios de atracciones ambulantes procuraban hacerse con los cadáveres de los forajidos del Oeste para exhibirlos en las ferias y ganar dinero haciendo como que aleccionaban a los ciudadanos sobre las consecuencias del crimen. Cada momento tuvo su razón o su coartada para exhibir cadáveres. La actual es la Ciencia, con el valor añadido del cuidado del cuerpo (por eso en la exposición se muestran los pulmones de un fumador -el moderno delincuente contra sí mismo- con la misma intención aleccionadora con que se ponían las cabezas cortadas en las picas).
Este horror, que empezó en 1995 por obra del alemán Gunther von Hagens, llegará a Sevilla si los ciudadanos no lo impiden con sus protestas. Y me temo que esto no pasará: vivimos la apoteosis de la pornografía en todas sus vertientes.
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