Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Su propio afán
CUANDO analizaba el pacto Podemos-Izquierda Unida, me preguntaba qué pensarían los simpatizantes de IU que, en los últimos meses, se han resistido numantinamente al magnetismo podemita. Sigue siendo una incógnita interesante, porque la tensión entre la fidelidad a la afiliación política y a la opinión personal es uno de los temas candentes de la modernidad.
Pero desde entonces se han publicado unos datos estadísticos que abren nuevos campos a nuestra insaciable curiosidad sociológica. Entre las clases adineradas y los altos funcionarios, el voto a Podemos es tendencia. Conocíamos bien la abundancia de pijo-progres. Se certifica ahora que votan populismo, a pesar de lo que hicieron y hacen los referentes de Podemos (el chavismo y Syriza). Bien mirado, es un fenómeno fascinante. En el que confluyen muchas causas. Las comodidades y las facilidades en la vida fomentan la irresponsabilidad. Y luego, ya se sabe que uno de los motores del afán revolucionario es el aburrimiento. También pesa la subconsciente seguridad de que los últimos en sufrir las consecuencias de la revolución son los más favorecidos, que tienen un buen colchón: grandes reservas de gaseosa para los experimentos sociales. Y, por último, hay quizá una pulsión masoquista por mala conciencia, que exacerba la que impera en occidente, incapaz de amarse y, por tanto, de defenderse.
Entiendo, pues, que un pijo, que ha de soportarse a sí mismo, vote a Podemos como una manera indirecta de castigarse, a la vez que lo considera un bello gesto de solidaridad, muy cool todo, lo uno y lo otro, en un cóctel perfecto de autoestima y autodestrucción. Lo que no sé es si ese nicho de votantes VIP, que tan perfectamente se resiste a la lógica, se resentirá o no del pacto con Izquierda Unida. No es lo mismo hacer pandilla con los profes más mediáticos del momento que confundirse con los comunistas de siempre, tan graníticos.
Ayer me preguntaba si los votantes de Izquierda Unida aceptarían el estilo de Íñigo Errejón; hoy si los pijo-progres de Podemos tragarán con Alberto Garzón. Iglesias Turrión rima con los dos, campeón de la torsión; pero no sé si logrará la emulsión. El cansancio de repetir las elecciones juega a favor de la inercia de los votos; pero no descartaría que Iglesias vaya dejándose restos por el camino de sus sumas, y cada vez más, con el tiempo. Como enigma social, para estudiarlo de lejos, tiene morbo.
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