¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La ciudad y los días
SE monta un pollo tonto en torno a algunos restaurantes que no admiten a menores. Otra tontería propia de esta edad de oro de la estulticia a la que, lejos de vérsele el fin, se le aprecia una salud de hierro gracias a los medios que, lejos de ser su causa, son servidores de la estupidez de los ciudadanos. Porque, contra lo que se suele creer, no son los medios quienes fomentan la estupidez y la grosería, sino las audiencias quienes la exigen para ver una película, leer un periódico en internet, seleccionar una emisora, elegir en Youtube o seguir en las redes. En lo que a los medios y la cultura se refiere actúa la democracia directa: se vota todos los días, la urna es la taquilla, el mando a distancia, el ordenador o el móvil y el voto es lo que decidamos ver.
Leo que el primer vídeo viral de 2016 fue el de una chica parando el tráfico porque había sorprendido en un coche a su marido con su amante. Y que los vídeos más vistos en Youtube en lo que llevamos de año incluyen "de todo, desde ratas caníbales, pasando por un striptease con sorpresa y hasta dinosaurios haciendo cositas". En audiencias televisivas sigue triunfando Telecinco: el viernes el griterío entre la Bollo y las Mellis (2.577.000 televidentes), el sábado Got Talent (2.368.000) y el domingo el debate de GH VIP (2.884.000, esa noche también triunfó el autobombo de la Sexta en su décimo aniversario y el reality -la Iglesia sabrá lo que se hace- Quiero ser monja). La taquilla española está liderada por Batman vs Superman y Kiki. El amor se hace. En fin… Esto es lo que hay…
¿Y esto qué tiene que ver con lo de los niños y los restaurantes? Mucho. Porque tiene que ver con la educación en todas las acepciones de la palabra, desde crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes hasta instrucción por medio de la acción docente, sin olvidar cortesía o urbanidad. Que a cierto tipo de restaurantes acudan niños bien educados en compañía de padres educados que por ello han sabido educarles no supone ningún problema. De lo que algunos restaurantes quieren proteger a sus clientes es de los padres maleducados y de sus hijos, fatal y necesariamente tan maleducados como ellos, que trasladan su infierno doméstico -que para los papás será un paraíso de libertades- a los locales públicos. Y esto no es pedofobia o niñofobia, sino el legítimo derecho a no sufrir los efectos de ciertas pedagogías.
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