La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Que yo pago la luz en dólares?
Y a usted, ¿le atienden?
UNO de los desvelos prioritarios de don José se fundamenta en prestigiar la labor profesional del boticario, figura no valorada suficientemente en cuanto a su labor sanitaria. La gente, sin maldad alguna sino por el maldito mostrador y su fácil accesibilidad, tiende a pensar que la simple dispensación de un medicamento, el despachá, no lleva detrás una ardua tarea de conocimientos farmacológicos. Hoy día la atención farmacéutica, llevada a cabo en un despacho, está colaborando en gran medida a eliminar la imagen despachadora del profesional farmacéutico, cambiándola por la de su auténtica razón de ser: consejero sanitario.
La limpiadora de la Farmacia, Dolores, ha estado de baja cerca de un año y la ha sustituido Bernarda, La Pilila, una mujerona que cuando atraviesa el dintel de la botica nubla el sol y que, además, es un auténtico torbellino.
Como se da la circunstancia que por temas de horario la Pilila no puede venir en horas que no sean las de atención al público, el boticario ha de soportar algo que le desagrada profundamente: la simultaneidad de su labor con el barrido y fregoteo de Bernarda, que para más inri se canta, muy bien, dicho sea de paso, por Canalejas de Puerto Real.
Bernarda trae de los nervios al boticario que según le comenta a su amigo Antonio:
-No puedo ni mear.
La frase, aunque parezca exagerada, es real. Resulta que la Pilila pega la oreja, la hebra y está en un permanente aliquindoi que la conduce a meterse en todo.
Ayer, aprovechando que Luis el mancebo había salido por cambio al bar de al lado, y que el boticario estaba en el aseo éste, al salir, se encontró con que Bernarda, muy orgullosa, había despachado una cajita de aspirinas y un chupete.
-Ha sío pá la pelirroja, la panocha der quinto, que traía mucha bulla.
-¿Qué panocha?
-La cuñá de Isidoro, er der quiosco de pipa, a la que paese que se la caío en la cabesa la olla del asafrán.
-¿Y qué le has cobrado?
-Lo ha dejao a debé, pero aunque é un chocholoco es güena pagaora.
Este suceso es demostrativo de lo que encorajina a don José. Todo el mundo se atreve a realizar la labor de un boticario. Nadie osa entrar en la consulta del médico del seguro y decirle:
-Don Nicanó, que como lo veo mu agobiao... váyase a tomá un cafelito que yo, mientra, le paso consurta.
Es recurrente la escena del amiguete que aparece en la farmacia, haciendo tiempo para que lo reciba un notario, y le proponga al titular tomar un café.
Si éste, a todas luces, está muy atareado no falla el que el visitante diga:
-¿Te echo una mano?
-¿Y por qué no se la echas al notario y así te recibe antes?
Antonio, su amigo periodista, que lo está oyendo, se sorprende con unos argumentos tan incontrovertibles como ignorados por la feliz gente que no piensa.
-Pues yo venía a invitarte esta noche.
Como don José le diga que, precisamente, esta noche tiene guardia su amigo le dice:
-Tengo, viviendo en casa, a una sobrina muy despabilada que te puede echar una mano.
-¡La madre que te parió!
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