Las cavilaciones de Emery

PUEDE resultar un atrevimiento buscar los defectos a una temporada como la que está a punto de abrochar el Sevilla, pero a buen seguro que el propio Emery, cuando se da una ducha y sale del vestuario, es el primero que durante estos días sopesa tanto los pros como los contras de seguir al frente del equipo que ha levantado.

El equipo es fantástico. Compite al límite, los jugadores no paran de colgar en las redes sociales fotos de buen rollo, posando en grupo con una sensación de cohesión y compromiso reveladora. Goza, además, de ricas variantes ofensivas, lo que lo ha llevado a marcar 71 goles en la Liga, cosecha que se amplía hasta los 116 en la temporada. Ese temible caudal lo disparó hasta los 76 puntos, su récord con los tres puntos por victoria.

Y ahí, en esa enorme puntuación, está la madre del cordero. Emery ha conducido a su equipo a su más alta cima y no le ha valido para entrar en la Champions. La competitividad de la Liga es tan baja cuando se excluye a los seis o siete primeros, que hay que sumar noventa y muchos puntos para ser campeón, setenta y muchos para acabar entre los cuatro primeros.

El margen de error es estrechísimo para Unai. Y encima, el talón de Aquiles del equipo asomó bien pronto atrás. Las idas y venidas de Beto, el apresurado -y eficaz- curso acelerado para Sergio Rico o Kolodziejczak, el nivel de Arribas, unos laterales mucho mejores para atacar que para cerrar. Todo confluyó en los 45 goles encajados, cifra indecorosa para un aspirante a Champions: el Atlético recibió 29, y el Valencia, 32.

Si el Sevilla pierde con el Dnipro, Emery no tendrá la Champions como imán para quedarse. Y si revalida el título, sabe que la gran competición de las estrellas desgasta mucho, eleva las exigencias y descarrila en la Liga a los que no se rearman para ello. Castro y Monchi tendrán que trabajar muchísimo. Y que Emery se convenza de que ese esfuerzo pesa más que las seductoras ofertas que maneja.