Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
La tribuna
LOS últimos datos de Eurostat, referidos al primer semestre de 2014, vuelven a colocarnos a la cabeza de Europa en cuanto a abandono escolar temprano. Si bien hemos bajado algunos puntos en los últimos tres años (alrededor de siete), seguimos doblando la media europea y convirtiéndonos en referencia de cómo no debe funcionar un sistema educativo. El 23,7% de la población escolar deja los estudios antes de tiempo. ¿Es mucho o es poco? Pues imagínense que ese porcentaje de españoles dejaran la vida antes de tiempo como consecuencia del uso del sistema sanitario.
¿Será ésta una consecuencia de los recortes malhadados? No lo parece. Primero, porque en épocas de pasado esplendor había peores datos (en 2007 la tasa estaba en el 31%), y segundo, porque países notablemente más pobres que nosotros tienen porcentajes bastante inferiores. Algunos ejemplos: Bulgaria, el 12,5%; Hungría el 11,8%; Polonia, el 5,6%. El problema es muy grave, y pasan los años y seguimos sin saber por qué las cosas son así.
España no tiene petróleo ni otros recursos naturales significativos económicamente. Nuestra mayor riqueza es nuestra propia población y su potencialidad. Pero si uno mira los datos del abandono y del fracaso escolar, parecería que no importara mucho este derroche. Supongamos por un momento que tuviéramos mucho petróleo, más que Venezuela, Rusia o Arabia Saudí. ¿Nos dejaría indiferentes el que se derramara y se perdiera, sin apenas uso, más de un tercio de la producción? ¿Lo soportaría el país? Y sin embargo, eso es lo que ocurre con nuestro capital humano. Y debemos ser presa de alguna terrible maldición, porque pese a la tozudez y rotundidad de los datos, parece que nada se puede hacer contra ellos.
Las brechas que se abren dentro de la misma sociedad entre las personas formadas y cualificadas y las que no lo están son más amplias que las que se producen entre unos países y otros. Los formados ya se han independizado de los no formados, y se han impuesto unas condiciones que hacen muy difícil traspasar esa brecha desde el lugar más desfavorecido al más favorecido. Reflexionemos sobre el porvenir de las personas con escasa formación educativa y profesional. La competencia respecto a los trabajadores de los países menos ricos la tienen perdida: no se soportan ni sus jornadas de trabajo, ni su falta de vacaciones, ni se dedicación y empeño. Además, el trabajo que requiere muy bajas exigencias formativas es cada vez más escaso, pues va mecanizándose a marchas forzadas. Entonces, el desafío está en la calidad de lo que se sabe hacer, en el dominio del manejo de la información y del conocimiento. Y estas capacidades, en mayor o menor medida, con más o menos matizaciones, están condicionadas por el trayecto escolar recorrido y por su aprovechamiento.
El analfabeto funcional, que ha pasado por las instituciones escolares sin dejarse influir demasiado y que las ha abandonado en cuanto ha tenido oportunidad, se enfrentará a un horizonte carente de oportunidades. Es cierto que no sólo la calidad del capital humano determina las posibilidades de progreso: el origen familiar, los ingresos económicos, el lugar de residencia, etc., juegan también un papel. Pero cada vez más las puertas se abren a altos niveles de formación, y éstos dependen en gran medida de la calidad de la educación recibida y del uso que de ella se haya hecho.
En España tenemos mucha suerte. La tendríamos mala si lo que se está contando en estas líneas ocurriera en la sanidad, o en la justicia. Afortunadamente no hablamos de fracaso sanitario, y parece que el aprovechamiento de las condiciones vitales de los sujetos es algo mayor que el de sus dotes intelectuales. Digo que tenemos suerte porque el segundo fracaso sería más irrecuperable que el primero, si se me permite la ironía.
¿Qué ocurre en la ESO, que es donde se producen todos los males? ¿Es porque al final de la misma se termina la escolaridad obligatoria? El caso es que los alumnos que salen de Primaria alcanzan un nivel de aprovechamiento (aprueban y van con su edad) de alrededor del 80%, y a partir de 1º de ESO empiezan a caer en picado. ¿Qué pasa? Se dice que el problema surge en Primaria, y que los alumnos llegan mal preparados y sin el nivel suficiente. ¿Entonces? ¿Falsean los maestros sus apreciaciones? El hecho indubitable es que hay un salto en resultados que no es fácil de explicar: se dobla el número de repetidores y se dobla el número de suspensos. Con datos de la década que va de 1997 al 2007, en Andalucía, en el tránsito de los 12 a los 14 años, el número de alumnos que habían repetido pasó del 18% al 38%, y diez puntos más en el paso de los 14 a los 15 años. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede haber ese desajuste tan brutal entre los niveles de una misma institución, entre las partes de un mismo sistema… y que no haya ningún relato que lo explique ni ninguna autoridad que lo urja?
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