Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon
La tribuna
LOS mercados están nerviosos", escuchamos diariamente desde la convocatoria de elecciones generales en Grecia ante la más que probable victoria de Syriza y también por la prácticamente segura ruptura del bipartidismo que ha caracterizado a la segunda restauración borbónica en el Estado español. Se señala que este nerviosismo se debe a la inestabilidad que provoca la incertidumbre política. Convendría aclarar qué son, en realidad, los mercados y qué hay que entender por inestabilidad. Cuando se dice los mercados, se está haciendo referencia, aunque ello se maquille con esa expresión, a los capitales financieros y a las instituciones que defienden los intereses de éste, en el caso europeo principalmente el Bundesbank alemán y el BCE, ambos en línea con el FMI.
Y cuando se apunta a la inestabilidad, ésta consiste en que quienes manejan esos capitales dudan sobre si nuevos posibles gobernantes en algún país serán tan sumisos como los actuales a sus intereses. Es lógico que prefieran la estabilidad que desde los años ochenta, en prácticamente todos los países de Europa, supone el pacto de la alternancia -que es lo contrario a la posibilidad de alternativas- entre lo que llaman centro-derecha y centro-izquierda, aquí PP y PSOE, que son en realidad dos franquicias, con leves diferencias más que nada cara a la galería, de una misma empresa: la de los mercados, es decir, la gran banca internacional y las corporaciones del Íbex 35.
Sin duda, quienes aspiran, desde uno y otro partido, a ser "políticos de oficio" (en expresión de Blas Infante) pugnan por sentarse en los sillones de parlamentos y gobiernos pero no para hacer políticas significativamente diferentes sino para administrar los intereses de "la empresa". Aunque rivalicen entre sí por ser sus administrativos, ambos pactan y obedecen cuando quienes mandan les llaman al orden, como ocurrió con Zapatero cuando fue requerido para que, en cuarenta y ocho horas, él y Rajoy modificaran, sin consulta alguna a los ciudadanos, la hasta entonces sacrosanta Constitución, como medio de blindar los beneficios de la banca, anteponiendo el pago de la deuda -que había pasado de ser principalmente privada a pública- a las necesidades sanitarias, educativas, de vivienda, de empleo, de pensiones y de otros ámbitos imprescindibles para una vida mínimamente digna.
Los mercados quieren, desde luego, estabilidad política y van a hacer cuanto esté a su alcance, que es mucho, por mantener esa estabilidad, consistente en que los partidos con una cierta posibilidad de gobernar o con fuerza de oposición sigan aceptando dócilmente su subalternidad respecto a las directrices de las grandes instituciones del capital transnacional y mantengan a raya las protestas, con leyes ad hoc y/o estacas. Como tampoco dudan en desestabilizar políticamente a aquellos países cuyos gobiernos no les sean sumisos con golpes de Estado "institucionales", como ocurrió en Honduras o Paraguay, financiación de grupos de oposición violentos, campañas mediáticas internacionales de desprestigio y otros procedimientos no precisamente democráticos. La estabilidad política será buena o mala según garantice o se oponga a la dictadura de los mercados.
Actualmente, los poderes de la globalización neoliberal están tranquilos sobre la posibilidad de sufrir derrotas a nivel mundial o de los grandes ámbitos continentales (Europa, América Latina, Norteamérica, el Sudeste Asiático…). A estos niveles, el cuestionamiento de la dominación del capitalismo financiero no pasa del nivel teórico o de sectores minoritarios y las grandes crisis del sistema son, hasta ahora, resultado de su propia lógica de funcionamiento. Su flanco débil lo constituyen aquellos otros niveles en los que las personas y los colectivos sociales tienen posibilidades de protagonismo, de influir políticamente en las decisiones y de crear instrumentos desde una lógica diferente a la que tiene como objetivo la multiplicación de las ganancias. Es en el nivel de los estados nacionales y de los pueblos-naciones sin Estado, de los municipios y comunidades, y de los sectores sociales con identidad propia, desde los que el sistema puede ser enfrentado con posibilidades de éxito y donde caben, y ya se están dando a pequeña escala, experiencias económicas, culturales y también políticas que responden a la lógica del interés de las personas y no de los capitales, prefigurando sociedades diferentes sin una tan escandalosa concentración de la riqueza y el poder como existe hoy en casi todas partes.
Esto es lo que explica el nerviosismo del capital financiero y de las grandes corporaciones empresariales cuando los hasta ahora consumidores de votos se plantean convertirse en ciudadanos y reivindicar su derecho a la soberanía política, alimentaria, económica… Cuando esto sucede, o puede suceder, los mercados tienen razones, desde su lógica e intereses, para ponerse nerviosos.
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