¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La esquina
TUVO el detalle José Ángel Fernández Villa de acogerse a la amnistía fiscal decretada por el Gobierno de su odiada derecha y regularizó en Hacienda los 1,4 millones de euros que atesoraba. Fue su perdición: por hacer bien una cosa desveló otras que había hecho muy mal. No quiso seguir siendo un defraudador y eso ha evidenciado que era un corrupto (presunto).
Porque, claro, si no puedes acreditar que el origen de esa cantidad de dinero es completamente lícito la Agencia Tributaria manda tu expediente a la Fiscalía Anticorrupción y la Fiscalía Anticorrupción investiga de dónde has podido sacarlo. Sus retribuciones como minero, sindicalista, diputado asturiano y senador no dan, ni de lejos, para ahorrar tanto. A la fuerza tienen que indagar los fiscales si esta fortuna no se levantó mediante mordidas y comisiones relacionadas con el subvencionadísimo sector minero.
Lo que hace particularmente grave este caso es que Fernández Villa no es un dirigente sindical cualquiera. Es un icono de la lucha obrera. Un mito, ahora en vías de derribo, del sindicalismo de clase. Un referente fundamental de la izquierda más combativa. Ha estado más de treinta años al frente del histórico sindicato minero ugetista (SOMA-UGT), punta de lanza del socialismo más ortodoxo e inasequible al pragmatismo socialdemócrata. Hasta disponía de una cita anual, la fiesta minera de Rodiezmo, para cantar las cuarenta a los socialistas tibios y marcar el camino a los socialistas propensos al pacto con el capital. La única tenida socialista a la que nunca faltó Alfonso Guerra. Durante mucho tiempo fue el poder fáctico por antonomasia de la comunidad asturiana. La última palabra no estaba en la secretaría general del PSOE ni en el palacio del gobierno regional, sino en una plaza de Sama de Langreo: en la sede del SOMA-UGT.
Del PSOE y de UGT viene ahora la mayor decepción, precedida por el estupor y la perplejidad. Natural. No dan crédito a lo que están oyendo y leyendo sobre el hombre al que habían dado todo su crédito. O sí lo dan, porque han guardado el argumentario tópico de la presunción de inocencia y lo han puesto de patitas en la calle. Expulsado de las dos organizaciones a las que ha defraudado como no se recuerda en la historia reciente.
Estamos, en efecto, ante una vergüenza histórica. Por su protagonista y por el nivel que han alcanzado en este país la desvergüenza y la corrupción.
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