La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
La tribuna
UNO de los comentarios más repetidos en los medios de información, tras los resultados del referéndum en Escocia, es que la victoria del no había significado "un alivio para la comunidad internacional". Se subraya que con ello se han evitado "turbulencias", un "periodo de agitación", descalabros en las bolsas y crisis políticas en otros estados por el "efecto imitación" que una victoria del sí habría tenido en Cataluña, Flandes, el País Vasco, Cerdeña, Córcega, Irlanda del Norte y otros varios territorios europeos en los que los respectivos pueblos reivindican el derecho a decidir por sí mismos cómo gobernarse y qué relación tener con otros. También se insiste, con significativa casi unanimidad, en que "el caso escocés no tiene ningún paralelismo con el catalán", lo cual es, a la vez, cierto e incierto, como trataré de mostrar en un próximo artículo.
Centrémonos ahora en el tema de la llamada "comunidad internacional". En realidad, esta expresión es un eufemismo para no hacer referencia directa a los poderes que dominan el sistema-mundo actual: financieros, empresariales, mediáticos y políticos (los dos últimos como subalternos de los primeros). Esta "comunidad internacional" es la que respira aliviada tras el referéndum escocés aunque no ha tenido pudor alguno en respirar sin dificultad mientras el Estado de Israel masacraba a los palestinos de Gaza o la satrapía marroquí viola, desde hace casi cuarenta años, los derechos de la población saharaui. Por no hablar de su desinterés ante el ébola hasta que murió de la epidemia el primer blanco o de su insensibilidad ante el hambre en el mundo o ante la tragedia diaria de quienes mueren o sufren vejaciones por tratar de ejercer el derecho humano de libre circulación (a éstos no se les aplica el dogma de que las fronteras son siempre malas).
Entre los titulares que hemos podido leer estos días en los diarios, quedémonos con dos: "Empresas, banca y Bolsa acogen con alegría el resultado en Escocia" y "La Comisión Europea califica el resultado de bueno para una Europa unida, abierta y fuerte". El primero se comenta por sí mismo y respecto al segundo, ¿es ésta la Europa real o es sólo el cuento chino, cada día más intragable, que nos cuentan los profesionales de la política al servicio de "los mercados" (es decir del gran capital financiero y de las empresas transnacionales que tan contentos se han puesto)? Queda meridianamente claro que para lo que antes se llamaban los poderes fácticos el triunfo del no ha sido una buena noticia. Quizá habría que preguntarse si lo que es bueno para ellos no será malo para la gente, de Escocia o de cualquier otro sitio. ¿Lo bueno para la troika es bueno para los pueblos y para los ciudadanos de a pie?
También conviene recordar que en los días anteriores al referéndum, cuando las encuestas empezaron a dar posibilidades al sí y se produjo el desembarco en Escocia de políticos ingleses, junto a las vergonzantes promesas de última hora (gran ampliación de la autonomía y otras ventajas si se votaba No a la independencia), el propio Banco de Escocia y varias de las más grandes empresas amenazaron con abandonar el país y producir el hundimiento de la economía. Se cuestionó el futuro de las pensiones y fueron anunciadas catástrofes varias a la población caso de triunfar el sí. Todo ello para movilizar el voto del miedo. Es significativo que el no haya sido predominante entre personas de edad y ámbitos rurales mientras el sí triunfara muy mayoritariamente entre los jóvenes (abstencionistas en la mayoría de las elecciones) y en grandes ciudades como Glasgow.
Los voceros de la "comunidad internacional" tampoco han desaprovechado la ocasión para volver a insistir en la defensa, que debiera considerarse un insulto a la inteligencia, del "burro grande, ande o no ande". La demagogia de la unidad -en este caso Gran Bretaña unida, pero también España unida o Ucrania unida o Europa unida…- sin explicar en torno a qué, ni con qué objetivos, ni hacia donde, ni con qué mecanismos, se ha desplegado de nuevo no sólo por quienes están satisfechos con el sistema de capitalismo neoliberal sino por buena parte de la gente que se autoconsidera crítica del sistema o se autodefine progresista (¿). Desde esta óptica, sería siempre un paso atrás la construcción de estructuras estatales por parte de pueblos-naciones que no las tienen, porque esto iría "en contra del sentido de la Historia" (con mayúsculas lo de Historia). Esto forma parte de la ideología del monismo, de la monoculturalidad, de la "libre" circulación de capitales y mercancías, del unionismo político aunque sea forzado; en suma, de la ideología del globalismo que es uno de los pilares del actual orden -¿o mejor, desorden?- mundial. Si analizamos en este contexto las reacciones al referéndum escocés quizás entendamos mejor las cosas.
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