La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
La ciudad y los días
UN adolescente de 15 años con antecedentes de brotes psicóticos provocó presuntamente el incendio en el que murieron dos de sus hermanos de 13 meses y seis años, quedando gravemente herido otro de 14.
Hay que felicitar, una vez más, a los doctores David Cooper, Thomas Szasz o Franco Basaglia y a los intelectuales Paul Goodman, Iván Illich, Allen Ginsberg, Michel Foucault, Georges Bataille o Ken Kesey; y a cuantos desde la medicina, las ciencias sociales, la filosofía o la literatura alentaron ese error llamado antipsiquiatría, considerando las enfermedades mentales un mito alentado por el poder para coartar las libertades, una invención del capitalismo para reprimir a los inconformistas y rebeldes, una coacción burguesa para evitar los peligros de la creatividad y la imaginación, una amputación de las pulsiones de sexo y muerte que desafian las convenciones y el orden establecido. Disparates reflejados en títulos como El mito de enfermedad mental, La fabricación de la locura: un estudio comparativo de la inquisición con el movimiento de salud mental, La sociedad punitiva o El orden psicoanalítico y el poder.
Como tantos errores del entorno del 68 -el boom de la antipsiquiatría explotó en 1967- lo que en principio era la crítica justa de algunas brutales prácticas de la psiquiatría convencional y la denuncia de las deplorables condiciones de reclusión de los enfermos en los manicomios tradicionales, fue utilizada por una legión de fanáticos ideologizados para dar rienda suelta a sus prejuicios políticos enmascarados como juicios científicos, a sus obsesiones demenciales disfrazadas de ciencias humanas, a su fanatismo implacable -propio de lo que acertadamente Luis Gonzalo Díez ha llamado "la barbarie de la virtud" - y a su dogmatismo antidogmático que, en nombre del humanitarismo, impuso condiciones despiadadas de vida a los enfermos y a sus familiares al clausurar, en vez de reformar, los centros especializados.
La conclusión la establecía ayer una lectora comentando la noticia: "Hay enfermedades mentales muy duras y convivir con un familiar así es una bomba de relojería. Fue muy mala decisión el que cerraran los psiquiátricos, a veces por más que nos duela, es la única solución. No es la primera vez ni será la última que un esquizofrénico acabe con la vida de un familiar en pleno brote".
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