La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Por dónde entra el sanchismo en Sevilla
La tribuna
LA Junta Electoral Central ha ratificado recientemente lo que ya sabíamos aunque muchos no quisieran enterarse: que la abstención es un comportamiento tan democrático como acudir a las urnas. Es un derecho reconocido en nuestras leyes y que, por ello, debe ser protegido, y por eso la oficina española de la Unión Europea ha sido obligada a retirar publicidad institucional llamando al voto. Los poderes públicos no pueden actuar favoreciendo la opción de votar frente a la de abstenerse, porque ambas son igualmente legítimas. Otra cosa es, lógicamente, la campaña de cada partido o plataforma electoral para atraer a los potenciales votantes, aunque algunos pensamos que la publicidad engañosa y la flagrante falsedad en los mensajes -para no hablar del descarado incumplimiento posterior de lo que en estos se dice- debería estar de alguna forma castigada legalmente, como lo están otros fraudes.
Es así que el derecho a votar no significa en modo alguno obligatoriedad legal -ni tampoco moral, aunque lo digan algunos obispos- de votar, al igual que el derecho al divorcio no puede obligar a nadie a divorciarse o el derecho de manifestación a salir con pancartas o banderas en días predeterminados porque ello interese a las instituciones. Lo que contradice una idea no por grotesca menos extendida: la de que quienes no votan no tienen luego derecho a protestar si consideran que las políticas que se llevan a cabo son perniciosas. Cualquier ciudadano posee también ese derecho: el de libre expresión, que incluye la crítica política, más allá de cuál sea su comportamiento electoral. Y es que la obligación de todo ciudadano no es votar, sino pagar sus impuestos para hacer posible los servicios públicos; no evadirlos, colocándolos en paraísos fiscales o mediante ingeniería financiera, como hacen algunos distinguidos votantes.
A veces, pasa también como verdadera la afirmación de que la abstención equivale a pasotismo o a indiferencia respecto a los asuntos públicos. Sin duda, existen muchos pasotas que nunca participan en elecciones, pero, además de que sería adecuado analizar las causas de ese pasotismo, ¿no son también pasotas un alto porcentaje de quienes sí depositan su voto en las urnas como coartada para desentenderse de los problemas de la colectividad, eso sí, con la conciencia tranquila?
La abstención, si es consciente y razonada, supone una forma de participación política tan legítima como la de votar a un partido u otro, echar en la urna una papeleta en blanco o convertirla en nula (aunque en este sentido si votas en blanco o nulo te cuentan de todas maneras entre los votantes y esto se asimila a que apoyas el sistema, sea ésta tu intención o no). Es en los regímenes autoritarios o que temen que los ciudadanos sean libres para decidir qué hacer en cada convocatoria electoral donde el voto es obligatorio. En esos casos, los votantes, que han de ser todos los potenciales electores por temor a represalias, legitiman el sistema político a la fuerza.
Contrariamente a lo que suele repetirse, no son las urnas la esencia de la democracia: ¿hemos de recordar que en el franquismo también se votaba en elecciones municipales y hasta hubo algún referéndum? Es la posibilidad de ejercer todos los derechos civiles, políticos, sociales y culturales, tanto individuales como colectivos, lo que constituye el núcleo de una verdadera democracia. Urnas existen en (casi) todos los países, pero una democracia plena sólo puede existir allí donde se den las condiciones para que la inmensa mayoría de la población tenga acceso a una información adecuada sobre todos los asuntos, pueda debatir sobre ellos, decidir libremente al respecto y controlar que se cumpla lo decidido. La cuestión de cuál sea el sistema más adecuado para la toma de decisiones: democracia directa, representativa, delegada o una combinación de ellas, sólo cobra sentido dentro de este proceso.
Sobre estas bases, la abstención puede constituir el modo de expresar un "voto de protesta" no ya contra este o aquel partido sino contra el sistema político mismo, aquí y ahora subalterno respecto a los intereses e instituciones del Mercado. Contra el bipartidismo de los que son equivalentes en lo esencial, aunque ahora protesten de que se señale esta equivalencia. Contra la partitocracia neocaciquil y corrupta que sufrimos. La abstención tampoco tiene por qué ser una estrategia permanente a utilizar en todas las elecciones: puede ser perfectamente coherente, por ejemplo, votar en las elecciones locales y nacionalitarias y no hacerlo al supuesto "parlamento" europeo. Porque la reconquista necesaria del ámbito de la política -que no se reduce a las instituciones- no puede empezar sino por lo más próximo, por el ámbito de convivencia en el cual las personas no somos todavía un simple número; allí donde es menos difícil tomar conciencia de los problemas, movilizarse ante ellos e indagar en sus causas. Sin intentar la quimera de comenzar la casa por el tejado.
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