¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
CUANDO a finales de febrero se hace pública la lista de las personas galardonadas con las Medallas de Andalucía, muchos investigadores buscamos en ella los nombres de algún colega, pero no siempre lo encontramos. En cambio, en esa lista nunca faltan cantantes y cantaoras de tronío. Tampoco suelen estar ausentes personas relacionadas con el mundo del cine, las artes, las letras, la empresa y el derecho; de vez en cuando hay bailaores y toreros. Las mujeres, cuya presencia era tan anecdótica en los primeros años que sólo ocho de los cien primeros premiados fueron mujeres, han ido llenando las listas y así, este año, de un total de diez premiados hay cinco mujeres, una proporción que refleja mucho mejor su relevancia en la sociedad andaluza.
Pero hay un colectivo cuya presencia sigue siendo anecdótica. De las personas reconocidas como Hijos Predilectos de Andalucía desde que se instauraron estos reconocimientos en 1983, sólo dos son investigadores dedicados a las ciencias o a la tecnología y de los casi cuatrocientos galardonados con Medallas de Oro y Plata, no llegan a la veintena los especialistas en esas disciplinas. Y ello pese a la importancia que se atribuye a estas ciencias en el desarrollo socioeconómico de un territorio. A la vista de estos datos puede que muchos piensen que la ciencia es algo ajeno a la idiosincrasia andaluza, que aquí sigue siendo válida la frase de Unamuno "que inventen ellos".
Pero ése no es el caso ni mucho menos. Cuando don Miguel dijo lo que dijo, no hizo más que poner de manifiesto su desconocimiento de la tradición científica en España. Centrándonos en Andalucía encontramos ejemplos destacados de científicos en todos los períodos históricos: Séneca en la Bética romana, a San Isidoro, autor de las Etimologías, a los médicos andalusíes Avenzoar y Averroes, al autor del primer Arte de navegar, Pedro de Medina, a los metalúrgicos Bartolomé de Medina y Álvaro Alonso Barba, a Antonio de Ulloa, descubridor del platino, al gaditano Celestino Mutis, maestro de biólogos, o a Antonio Machado y Núñez, abuelo del poeta, biólogo e introductor de la geología en España. Es sólo una muestra significativa.
Además, en los últimos años la situación ha cambiado para bien. En apenas treinta años se ha montado en nuestro país un sistema de ciencia y tecnología que está a la altura de los de los países europeos más avanzados. En Andalucía este sistema cuenta hoy con unos 15.000 investigadores que trabajan en las diez universidades y varios centros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Muchos de ellos realizan una labor que se puede calificar de excelente y cuya repercusión internacional es cada vez mayor. A su vez, la sociedad considera que la investigación científica es fundamental para su avance y ha depositado su confianza en los científicos, por lo que éste es uno de los colectivos mejor valorados por los ciudadanos, como se ha puesto de manifiesto en las encuestas que se realizan desde el año 2002 sobre la percepción social de la ciencia. ¿Por qué entonces en la gran fiesta de nuestra comunidad la presencia de los científicos sigue siendo tan escasa?
Sólo se nos ocurre un motivo: que entre los responsables políticos la relación con la ciencia siga siendo de ignorancia, al ser algo que no entienden y que no ha llegado a interesarles. Si en cualquier circunstancia esa actitud sería irresponsable, en la actual situación de crisis resulta suicida. Por ello es urgente que los científicos expliquen de forma clara las necesidades más perentorias de la investigación científica y que los responsables políticos les presten oídos, además de arbitrar los mecanismos para que los más brillantes sean premiados. No sólo porque se lo merecen, sino para mostrar al mundo que Andalucía no es un país de pandereta.
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