Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Envío
EL llamado "problema de España" fue uno de los debates intelectuales más largos e intensos de nuestra historia. Generaciones de pensadores, poetas y ensayistas pasaron buena parte de sus días y de sus noches discurriendo qué es eso de España, cuál la esencia de lo español como pueblo y como cultura, hacia dónde apunta la flecha de nuestro destino. Aquellas polémicas memorables, protagonizadas por personajes como Costa, Unamuno, Sánchez Albornoz, Maeztu, Ortega o Castro nunca hubieran sido capaces de dar con la clave que al mismo tiempo es la conclusión. Resulta que el problema y al mismo tiempo el destino de España pudiera no ser otro que la desaparición, y no por designio de los separatistas, que ya quisieran, sino por voluntad de sus habitantes. El problema de España, en estos momentos, es el de la previsible extinción de los españoles.
En la contribución de Alejandro Macarrón al reciente libro colectivo Debate sobre el concepto de familia, en el que se han dado cita algunas de las mentes más profundas y brillantes ocupadas en el estudio de esa institución tan valorada como vapuleada, puede leerse: "Con la natalidad actual, por cada cinco españolitos que nacen harían falta tres más simplemente para que la población no decrezca… Eso significa que, si la tasa de fecundidad no cambiase, la generación de españoles en edad fértil de dentro de treinta años sería un 38% menos numerosa que la actual; la que habría en sesenta años, un 61% menor". La proyección a cien años, un suspiro en la vida de las viejas naciones, sería de un 76% menos y hasta de un 94% a principios del siglo XXIII. Estas cuentas parecen imposibles, pero hay que recordar que la tendencia lleva casi cuarenta años afirmándose y que no hay ninguna perspectiva razonable de que las cosas vayan a cambiar.
En silencio, sin merecer una sola portada de periódico, el problema demográfico se ha ido convirtiendo en la principal amenaza que gravita en el medio y el largo plazo sobre la sociedad española. Es incomprensible la ceguera voluntaria ante una catástrofe que inevitablemente arrastrará todos los logros alcanzados a tan alto coste por las generaciones previas. Nuestro mayor problema es hoy también el mayor tabú, y es que para encontrar remedio habría que reconocer y enmendar muchos errores sociales que hunden sus raíces en opciones y comportamientos personales.
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