La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Envío
LA provocación es arma de débiles, en la guerra, en los debates y en la vida. El fuerte en sus razones no recurre a ella porque, desde el momento en que lo hiciera, prescindiría de todo su arsenal, poco importaría ya su bien labrada posición: toda la suerte se juega desde ese momento en el polémico y siempre dudoso terreno en el que la provocación actúa.
Si yo digo "vota y sométete a la mayoría" con intención de desacreditar a la democracia, me arriesgo a sufrir un severo revolcón dialéctico por parte de los que sostienen con razones que ese régimen es, a la postre, el único que respeta a las minorías. Si dijera "trabaja y sométete a tu jefe" con el sano propósito de discutir las relaciones de dominio, no faltará quien me haga ver que el que percibe un salario de otra persona puede haber contraído ciertas obligaciones con ella. En ambos casos el intento de provocación aporta poco al debate, sus posibilidades se agotan en el mínimo nivel propio de la pintada callejera.
Se ha publicado un libro por una muy estimable editorial católica con el provocativo título de Cásate y sé sumisa, mera sinopsis de una enjundiosa reflexión paulina sobre el matrimonio y traducción literal del original italiano de Costanza Mariano. Y la primera consecuencia de la tonta provocación ha sido oscurecer todo el mensaje positivo sobre el matrimonio cristiano de un buen libro, cuya autora ha sido incluso recibida por el Papa. ¿Tiene eso algún sentido más allá de lo puramente comercial?
Pero si la provocación es arma propia de débiles, caer en ellas delata el talante de los prepotentes. La escandalera sobre el título de esa obra se ha convertido de inmediato en una prueba más de la hipocresía de los guardianes de lo políticamente correcto, alguno de los cuales ha pedido, a lo bruto, su retirada de la venta. Cuando los derechos de miles de mujeres son pisoteados cada día en forma de despidos y postergaciones laborales por el simple hecho de quedarse embarazadas y no someter sus vidas a los intereses abusivos de jefes y empresas, rasgarse las vestiduras por la irónica y tal vez desafortunada portada de un libro sobre el matrimonio es peor que una provocación: una muestra de la dictadura, ya nada sutil, sobre expresiones y conciencias que los dueños de leyes y modelos sociales se aprestan a imponer. Y eso sí que debería parecernos verdaderamente grave.
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