Rafael / Sánchez Saus

El fracaso de una generación

Envío

10 de octubre 2013 - 01:00

SÍ, señores, les supongo enterados de que no sólo los jóvenes bachilleres españoles, también los adultos, hombres y mujeres, empleados o parados, todo el amplísimo arco que va desde los 16 a los 65 años, somos un desastre que apenas sabe leer y malamente contar, los últimos de la clase, el hazmerreír de los recreos. Eso ha concluido el llamado PISA para adultos, o Programa Internacional para la Evaluación de la Competencia de los Adultos, tras encuestar a 157.000 personas de 23 países. En él, España ocupa la vigésimo segunda posición en comprensión lectora y la última en matemáticas, a distancias siderales de la media de la OCDE y de la UE. No crean que la evaluación consiste en comentar la poesía simbolista o resolver ecuaciones, parece que una parte considerable de nuestros compatriotas lo pasa mal si tienen que leer, y comprender lo que leen, un prospecto farmacéutico o un periódico digital, y que no son capaces de hacer la cuenta del súper o enfrentarse al recibo de la luz.

En esto ha parado el tan jaleado sistema educativo universal, gratuito y obligatorio del que tan orgullosos se sienten los que prefieren ser despedazados antes de que la menor reforma se abata sobre él. ¿Creen que la contundencia de este informe, como la de los muchos que ya llevamos digeridos, les hará cambiar un milímetro su posición? El enorme aparato de intereses ideológicos, sindicales, políticos y profesionales que secuestraron hace cincuenta años la escuela española, y con ella el futuro de varias generaciones, ya tiene la solución a este desastre: más dinero. El montaje es perfecto: el fracaso, se afirma, es producto de carencias económicas; luego cuanto mayor es ese fracaso, más dinero se necesita. Nadie parece reparar en el detalle de que muchos países que destinan mucho menos presupuesto a educación estén tan por encima. Pero es que aceptar los principios de excelencia y libertad que rigen en los sistemas educativos más exitosos supondría la quiebra de la secta educativa que tanto rédito político proporciona a la izquierda.

La educación, hoy, es un cortijo, pero ese cortijo, aunque esquilmado y arruinado, tiene dueño. Y para colmo, algunos de los principales responsables del estropicio siguen ahí, como si nada, predicando recetas paleolíticas para la enseñanza. El señor Rubalcaba, promotor de la Logse, sin ir más lejos.

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