Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
La ciudad y los días
FRANCISCO Márquez Villanueva es un orgullo y una vergüenza para Sevilla. Y así quedará para siempre porque su muerte ha hecho imposible cualquier reparación, aunque fuera tardía. Es muy sevillano esto de tener que avergonzarnos de aquello de lo que deberíamos sentirnos más orgullosos. En una entrevista concedida a la compañera Charo Ramos, publicada en este periódico el 13 de mayo de 2009, el catedrático de Harvard que la Universidad de Sevilla nunca quiso, ni bajo el franquismo ni en democracia, dijo: "Guardo buenos recuerdos de mi infancia en el colegio San Francisco de Paula pero mi memoria posterior de Sevilla está llena de dolor. Recuerdo como si fuera ayer el día en que el entonces rector de la Universidad Hispalense amenazó a mi catedrático, el profesor López Estrada, a quien yo apreciaba muchísimo, con tomar represalias contra él si no se me expulsaba. Sevilla sería mi ámbito natural de regreso, pero nunca se me ha permitido volver. Ni siquiera en 1994, cuando me tomé un año sabático y me invitaron unos colegas a impartir clases en la Universidad Carlos III de Madrid. Aquella profecía de 1959, cuando tuve que dejar España, ha seguido siendo cierta en la democracia y hasta medio siglo después. Nunca podré ser profesor titular en la Universidad de España. Por no ser, no soy ni académico ni doctor honoris causa en mi ciudad".
López Estrada, en su prólogo al volumen antológico de homenaje a Romero Murube tras su fallecimiento, creó las poderosas imágenes de la "oscura conciencia de renunciación" que afectó a quienes -perpetuando el error de amor cernudiano- se obstinaron en quedar presos de los límites sevillanos después de la Guerra Civil, en aquella ciudad en la que los mediocres redujeron la Universidad a las proporciones de su mediocridad. Nada asusta e irrita más a un mediocre que la excelencia. Chesterton escribió que la mediocridad es pasar junto a la grandeza y no reconocerla. La mediocridad hispalense, más retorcida, sí que la reconocía; y por eso la odiaba: los reducía a su verdadero y minúsculo tamaño intelectual.
No era hombre de rencores Francisco Márquez Villanueva, todo lo contrario: tenía la bonhomía de las gentes modestas de los barrios sevillanos. Pero las cicatrices de la memoria herida siempre son visibles. El amaba a Sevilla más de lo que Sevilla le amó a él. Los amores no correspondidos son una de las claves de esta ciudad.
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