¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El espectro de Paulina Crusat
La tribuna
CUANDO el nacionalismo domina la política, lo altera todo. El nacionalista se presenta como víctima, pero de hecho se siente superior y actúa como un orgulloso privilegiado, hasta el punto de que uno se plantea si, en un plano de igualdad, no tuviéramos todos derecho a compartir esa gracia. Para sondear las posibilidades personales me acerqué a Periana, en los Montes de Málaga, lo que hoy llaman la Axarquía Alta, el pueblo de mi padre y abuelos, en busca de raíces, y he encontrado realidades históricas que aún me hacen más difícil entender el afán identitario.
Desde que se asentaron los colonos castellanos y aragoneses en esas tierras, tras la expulsión de los moriscos, la población apenas se movió, repitiéndose los apellidos, generación tras generación, por la endogamia continuada propia de las sociedades rurales. Pero ahora encontramos una población renovada de británicos, suecos, alemanes, ucranianos, polacos y sudamericanos, y los viejos apellidos, los Lagos, Barroso, Moreno, Arcas, Toledo, Núñez, Zorrilla o Clavero, hay que ir a buscarlos a Cataluña y a otros puntos de España antes que a la Axarquía.
El éxodo de la población autóctona en esta zona está unido a un nombre: José Núñez Moreno. Fue un perianense que llegó a secretario general del Banco Hispano Americano, y desde el despacho de Canalejas 1, en Madrid, la actual sede del BSCH, organizó la emigración de los Montes de Málaga. El interés por los orígenes me condujo a este personaje, y a escribir el libro Viaje a Periana de José Núñez (Ed. Visión Libros, 2012), del que es protagonista.
En las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, miles de familias salieron del oriente andaluz acuciadas por la miseria, en una avalancha en la que imperaba la presión de la masa hambrienta y desorganizada. Muchos eran interceptados por la Guardia Civil en la estación de Francia, recluidos en el estadio de Montjuic, y devueltos a sus pueblos de origen. Algo que recuerda bastante a lo que actualmente se hace con los que llegan en pateras.
Los que conseguían sortear los obstáculos del camino, se exponían de forma humillante en la Plaza de Urquinaona, para encontrar el primer trabajo. Pero los que partieron de los Montes de Málaga lo tuvieron más fácil, porque fueron protegidos por José Núñez Moreno. De Periana, Riogordo, Alfarnate, La Viñuela o Colmenar viajaban en tren, con papeles para circular sin que fueran molestados. Al llegar a Barcelona les esperaba una persona amiga, que los llevaba al Rabal, donde se alojaban, y después a las fábricas donde les esperaba un contrato laboral estable. La mayoría se colocaron en la Seat de la Zona Franca, aunque también en otras fábricas del INI y en la banca, donde el protector gozaba de influencias. José Núñez daba créditos, facilitaba hipotecas y conseguía becas para que los hijos estudiasen y accedieran a profesiones universitarias. Nunca cobró por ello, ni mucho menos se enriqueció. Era un hombre religioso, de vida austera. Sus motivos eran exclusivamente espirituales.
Fue un católico propagandista de los antiguos, seguidor de Herrera Oria, desde los tiempos en que éste fue director de El Debate. Cuando en 1945 los católicos desembarcaron masivamente en el poder, José Núñez adquirió una enorme influencia y se convirtió en el protector de esta zona de la provincia de Málaga.
Murió en febrero de 1976, poco después que el dictador. A su funeral, celebrado en la madrileña iglesia de San José, acudieron muchos de Periana que habían prosperado en Cataluña. Tanta gente que a punto estuvo la Policía de intervenir, creyendo que era una manifestación ilegal.
Para entonces, los hijos de aquellos trabajadores formaban parte de la juventud urbana de Hospitalet y otros pueblos del Llobregat, y los avatares de la vida rural de sus padres le sonaban a batallitas del pasado. Hoy, para nietos y biznietos, representa algo recóndito, oculto por consignas y mitologías oficiales.
Los sociólogos coinciden en señalar que la radicalización separatista catalana tiene un sustento no desdeñable en los nietos de la inmigración andaluza, que se muestran más pasionales y dan su voto a Esquerra Republicana y a otros partidos independentistas. Cada cual es libre de mirar al pasado como quiera y le convenga, pero quizá el peor de los visores sea el rencor que necesariamente acompaña la consagración identitaria nacida de la inadaptación. Si el nacionalismo se basa en raíces, tierras y sagas, bien estaría que cada uno mirase las propias, con la simple y llana curiosidad de conocerlas. Sería sin duda un buen bálsamo contra tanta animadversión y tanta rabia.
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