La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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EL primer degüello, el primer corte, la primera mujer asesinada en este nuevo año que vuelve a comenzar con un crimen de género. Ya lo he escrito: no me gusta hablar de violencia de género, porque me parece eufemístico utilizar un término tan neutro, "de género", para referirnos a casos como el de esta mujer joven, de apenas 33 años, a la que le ha cortado el cuello, presuntamente, su expareja, en Valencia. Me sabe a poco hablar de "violencia de género" cuando estamos, llana y terriblemente, ante una tendencia sociológica muy determinada de terrorismo contra las mujeres. Un terrorismo contra las mujeres no exclusivo de España, porque se extiende a otras latitudes, como el continente americano y, sobre todo, los países dominados por el extremismo islámico. Pienso en esta mujer de 33 años y recuerdo a esa chica magnífica, Malala Yousafzai, que ha superado el atentado de los radicales, que le atravesaron la cabeza a balazos por querer estudiar, y seguimos hablando de lo mismo: porque es igual vindicar el derecho de cualquier mujer a querer estudiar que defender un derecho a disponer sobre su propia vida, sus emociones o su intimidad.
La defensa de las mujeres, la denuncia de su indefensión, en Valencia o en cualquier rincón de Afganistán, no admite matices ni dobleces. Precisamente por eso acepto la nomenclatura, aunque me guste poco por suave, de violencia de género y de ideología de género; sobre todo, si se trata de reivindicarla frente a quienes cuestionan su extensión, y la utilidad de su extensión, sobre la sociedad.
Las declaraciones del obispo de Córdoba, condenando la ideología "de género", no pueden sorprendernos. No es por dar protagonismo a quien parece buscarlo a bocanadas, pero creo que el debate en España, hoy, no debería estar en la ideología "de género", sino en acabar, de una vez, con la violencia de género.
Lo que destruye a la familia no es la paridad, ni la heterogeneidad, ni el matrimonio gay, sino el salvajismo homicida. La misma iglesia católica, de muy variadas formas, viene trabajando en muchas zonas conflictivas para cambiar el rol tradicional de la mujer mediante su acceso a la educación, el trabajo, la justicia y la igualdad. A Malala Yousafzai la intentaron matar por querer estudiar: por salirse, o sea, de la idea de lo femenino de sus compatriotas talibanes. No es que todos podamos ser todo, ni que queramos serlo: pero tenemos derecho a decidirlo, y a que no decidan por nosotros. Esto es la ideología de género, es la normalidad soñada y es la dignidad; no de la mujer, sino colectiva y ciudadana. La justicia de género a la que aspiramos todos.
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