Rafael / Sánchez Saus

Ciento dieciocho mil trescientos cincuenta y nueve

Envío

27 de diciembre 2012 - 01:00

MERA coincidencia o no, en estos días de Navidad se ha hecho público el número de abortos voluntarios en España durante 2011. Nada más y nada menos que 118.359, nuevo récord absoluto, algo así como toda la ciudad de Cádiz sin perdonar ni al apuntador en sólo doce meses. Inmenso y terrible holocausto perpetrado con el consentimiento de todos, la complacencia de muchos y hasta el aplauso de los que miden en esa estadística cruel no la marca del horror y de la miseria moral, sino una señal de lo irreversible de procesos sociales que, según parece, necesitan de la destrucción del inocente y del sufrimiento de tantas mujeres para ser creíbles.

Esta sociedad tan buena y sensible, que gime y se solidariza con todo el que enseña los dientes, no mueve un dedo por estos 118.359 mártires absolutamente indefensos, olvidados, a los que no se ha concedido la menor oportunidad. Ellos son las víctimas de la conjunción letal de todas las ideologías forjadas contra Dios y contra los hombres, simples fetos sin voz ni voto, agregados de células casi tumorales, extirpables sin peligro de que nos devuelvan una mínima parte del daño absoluto que les hacemos. No protestarán, no levantarán una pancarta ni lanzarán una botella de gasolina, pero su venganza involuntaria es mucho más terrible: hoy, con su aniquilación oscura e impía nos convierten en una sociedad criminal, a la altura de una horda mogol o una banda de forajidos, sobre la que antes o después acaba cayendo la mano de la historia y de la simple justicia. También mañana, cuando echemos de menos a esos cientos de miles, millones que serán necesarios y no existirán porque los habremos liquidado en el vientre de sus propias madres. Entonces, muchos que hoy se encogen de hombros lamentarán vivir en una sociedad sin conciencia, en la que ellos serán a su vez víctimas seguras de quienes no estén dispuestos a que ancianos, enfermos e impedidos sigan jubilando a costa de los supervivientes de la gran matanza.

Continúe, señor Gallardón, rumiando la reforma de la ley del aborto. ¿Qué prisa hay? ¿A quién puede importarle esa pamplina hoy cuando la prima de riesgo no baja y los funcionarios tenemos que arreglarnos sin la extra? Por favor, no crispemos, no dividamos más a esta pobre sociedad que lo está pasando tan mal y, como nuestro Rey nos enseña, demos ejemplo de noble serenidad en los días difíciles.

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