Adela Muñoz Páez

País para viejos

la tribuna

03 de diciembre 2012 - 01:00

LOS caminos de Ángela, Rafa y Javi no deberían haberse cruzado nunca, pero unas baldosas levantadas en la calle de la iglesia a la que Ángela va a misa los domingos, la llevaron al servicio de urgencias de un hospital público sevillano un domingo de octubre. Los rayos descubiertos por el profesor Roentgen dictaminaron inequívocamente que Ángela se había roto el húmero izquierdo, la rótula derecha y la nariz. Y así llegó a las manos de Rafa y Javi, traumatólogos en ciernes de menos de treinta años, los cuales, tras examinar las radiografías de la rodilla y el hombro decidieron que no hacía falta operar y con ayuda de Fran le pusieron una escayola desde el muslo al tobillo derecho y acomodaron su brazo izquierdo en un cabestrillo. Manuel, cirujano plástico que seguro que no deja indiferentes a sus pacientes femeninas, descartó también la intervención en la nariz, pero antes de irse, al ver que sangraba por la boca, comprobó que tenía el labio superior partido por dentro. "Un puntito o dos" que se convirtieron en cinco y Ángela quedó remendada de arriba abajo por unos cuantos jovencitos de la edad de su nieto.

Durante la espera de Ángela, al servicio de urgencias de traumatología fueron llegando pacientes de toda condición: un chico que hacía bromas con todos mientras esperaba que se le vaciara el estómago para entrar en quirófano porque se había roto la pierna de mala manera al caerse de un árbol; unos cuantos jugadores de fútbol domingueros con contusiones y fisuras de mucha o poca monta en manos, brazos y piernas; otro ataviado con sudadera con capucha que, según contaba, había recibido una perdigonada de un par de chavales que pasaban en moto. También había otro señor que parecía mayor que Ángela, o al menos estaba más torpe, que se había echado la cara abajo a saber cómo, y varias mujeres más o menos jóvenes que se dolían de hombros, codos, muslos o espalda.

A pesar de los sueldos mermados y los horarios de trabajo extendidos, médicos, ATS, celadores y administrativos, hacían guardia ese domingo de octubre como cualquier otro. Así, trabajando tanto los días laborables como las fiestas de guardar, los profesionales de la sanidad española han convertido el sistema público de salud en uno de los mejores del mundo.

Hoy por hoy, España es el mejor país para caerse y romperse hasta el alma si tienes, como Ángela, 82 años: la atención es de primera independientemente de los ingresos del paciente. También es el mejor país para tener un embarazo, sobre todo si hay problemas y necesitas una cesárea, o si, teniendo la edad que tengas, te da un infarto. Si tienes la desgracia de que tus riñones dejen de funcionar hay pocos países (si es que hay alguno) donde la atención sea de mejor calidad durante la diálisis, y si un accidente o los genes te juegan una mala faena y necesitas un trasplante, España obtiene medalla de oro en todos las categorías.

¿Por qué entonces los pacientes siguen quejándose de la atención sanitaria? ¿Quizás porque no se valora lo que es gratis? ¿Por qué el sanitario es uno de los primeros colectivos a los que se han bajado los sueldos? ¿Será porque los encargados de hacer recortes consideran que, al ser un trabajo vocacional, los profesionales van a seguir cumpliendo con su obligación aun en las condiciones más adversas?

Podría hacer una petición en nombre de Ángela y de las personas que están en su situación, pero en realidad lo que ha llevado a escribir estas líneas es puro egoísmo: me gustaría llegar a los 82 años en un estado tan espléndido como el de Ángela, y para ello necesito un sistema sanitario tan bueno como el que disfruta ella y mantenerlo es tarea de todos, no sólo de los profesionales de la sanidad. Los pacientes y acompañantes tenemos que recordar que no se puede exigir más de lo razonable, que el personal que nos atiende también puede tener tendinitis, dolores de espalda, insomnios e hipotecas.

Por otro lado, los responsables políticos deberían recurrir a recortes en este ámbito sólo en último extremo, y una vez abocados a hacerlos, no elegirlos pensando en su coste electoral, sino en que sean los más eficientes para mantener la calidad del sistema sanitario. Por último, me gustaría hacer una petición a las máximas autoridades: señor presidente de Gobierno, señores y señoras presidentas autonómicos, no desmonten uno de los sistemas de sanidad pública mejores del mundo. La vida para todos los ciudadanos españoles es mucho más fácil sabiendo que si nos caemos en la calle, tenemos una enfermedad grave o leve o un accidente de tráfico, habrá gente como Rafa o Javi en el servicio de urgencias cercano, y ATS y médicos en centros de salud y ambulatorios que se ocuparán de nosotros hasta que nos recuperemos.

Gracias a jóvenes como ellos España sí es país para viejos. También para jóvenes, niños y gente de mediana edad.

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