¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El arte de renombrar un puente
la tribuna
POR si no tuviéramos bastante con la crisis y las amenazas de secesiones territoriales, nos vamos a meter de hoz y de coz en la discusión de una nueva ley de educación, cuyo guía y adalid es un ministro que da a entender no sólo que posee la verdad, sino que puede sacudir bofetadas con ella a todo el que no la reconozca de buen grado y con el suficiente entusiasmo. Otra ley más. Y el PSOE diciendo que tan pronto llegue al poder la cambiará. Precedentes no le faltan, desde luego.
¿Qué maldición sufre España respecto al pacto escolar? Jamás hemos tenido uno. Ni en la Primera República, porque no dio tiempo, ni en la Segunda, ni en la Transición, ni en las primeras legislaturas socialistas, ni en las últimas, ni con Aznar ni con Rajoy. ¿No se me olvidan los Pactos de la Moncloa? No. Allí no hubo pacto escolar, sino pacto para construir escuelas. De lo que ocurriera dentro de ellas no se ocuparon.
Mientras tanto, cada examen que pasa nuestro sistema escolar recibe un sonoro suspenso y nos sitúa a la cola de Europa. ¿Le importan mucho a la población, en general? No. Si en julio de 2010 nueve de cada 2.500 personas consideraban a la educación como un gran problema a resolver, dos años después, en el mismo mes, nos seguimos moviendo en la misma proporción. No hay un estado general de opinión, cristalizado en plataformas o en redes sociales, que urja ese pacto y las reformas que el mismo debería traer.
Sí se han producido movilizaciones sociales de cierta importancia en los últimos meses, pero derivadas de los recortes económicos y de las pérdidas de puestos de trabajo, no por lo que se hace dentro de las aulas. ¿Y cómo va a haber ese estado de opinión? Apenas llega información sensible a la sociedad, salvo las notas de PISA y poco más. No hay indicadores de la eficacia del sistema, de lo que cuesta cada título, de la calidad de la docencia, de la eficiencia de la Administración, de la adecuación de la formación que se imparte a las necesidades actuales y futuras.
Los resultados de la aplicación de las pruebas externas han mostrado algo que, pensaba yo, movilizaría urgentemente a los políticos: las enormes diferencias que se dan entre los diversos territorios. O dicho de otra manera, que un factor fundamental que explica las diferencias de rendimiento entre los alumnos de un mismo país es… el lugar de nacimiento. Es tan absurdo como atribuirlo al color del pelo. Es así. ¿Por qué los riojanos y los castellano-leoneses destacan siempre en PISA sobre Andalucía? A lo mejor es por la cuestión de los vinos. Los territorios que producen buen vino tinto son más educativos que los que producen buen vino blanco.
Es lamentable que nuestros políticos no hayan tenido en la atención al sistema escolar la misma altura de miras y visión de futuro de las que han carecido en los demás asuntos. Se han puesto de acuerdo en que no se van a poner de acuerdo. Eso quiere decir que la educación no es para ellos un tema de Estado, sino de partido: un elemento diferencial no sujeto a las reducciones a las que obligaría un acuerdo general. No ven en el sistema educativo una palanca de desarrollo, una herramienta eficaz para potenciar el capital humano del país y un medio potente de promoción social.
No deberían dejar entrar en la Unión Europea a países sin pacto escolar. Es una muestra de déficit democrático. Es que no es posible una democracia de calidad sin una población bien educada. Es que la buena escuela es la segunda oportunidad que la sociedad debe dar a los que no tuvieron suerte en su nacimiento por razones sociales, económicas o culturales. Es que la buena escuela es la que proporciona el cemento de la convivencia, porque es la única institución que puede exponer a los miembros de la comunidad escolar, durante muchos años y en el período de máxima plasticidad, a las mismas normas, a las mismas experiencias y a los mismos conocimientos. Es que la buena escuela es el camino mejor para la promoción social, porque depende de la capacidad y del esfuerzo del sujeto, y no tanto del azar o del status familiar. Es que sólo la buena escuela puede enseñar algo muy difícil: la conciencia de que se puede progresar con esfuerzo, con trabajo, con estudio; la convicción de que lo que se hace cuando aún no se sabe lo que hay que hacer es determinante para el futuro.
Los políticos no se pueden llenar la boca diciendo que la educación es una cosa de todos, que todos debemos colaborar y participar... salvo ellos cuando el partido contrario esté en el gobierno. Los políticos deben sembrar esperanzas, y no arruinar ilusiones. No es tan difícil de conseguir cuando la población está tan resignada. Pero con esta ley que se empieza a discutir, con las formas que trae y con el ministro que viene sí van a arruinar la última ilusión que nos queda: que las cosas no vayan a peor.
También te puede interesar