La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El rey brilla al defender lo obvio
análisis
LA consecuencia más dolorosa de la actual crisis es el gran aumento del paro. Más de cinco millones setecientos mil españoles desean trabajar y no encuentran empleo. Y una de las secuelas que se derivan de esa situación del mercado de trabajo -aunque no exclusivamente- es el aumento de las desigualdades.
El incremento de la desigualdad es un fenómeno que afecta a casi todos los países occidentales. Investigaciones realizadas recientemente apuntan a que la desigualdad ha crecido en 17 de los 22 países más ricos en el periodo que va desde mediados de los años ochenta hasta 2010. Es un fenómeno tendencial y generalizado, aunque no afecta por igual a todas las economías. Estados Unidos, Chile e Italia son los países en los que la división ha sido más intensa, mientras que en los del centro y norte de Europa las diferencias han aumentado menos o incluso se han reducido.
El alza de la desigualdad ha sido tradicionalmente combatido por los gobiernos a través de políticas fiscales con tipos progresivos. Sin embargo, si el proceso de cambio tecnológico expulsa del mercado de trabajo a muchos empleados que realizan tareas repetitivas y sus niveles salariales se encuentran en un nivel intermedio, estas políticas demuestran ser ineficaces. Por un lado, porque las rentas del trabajo más elevadas crecen a un ritmo más rápido que la progresividad del impuesto sobre la renta. Por otro, en la mayoría de los países, detrás de los tipos marginales muy elevados (superiores al 45%) suele haber un elefante de papel, esto es, la recaudación total de las rentas a las que afectan esos tipos elevados es muy reducida porque son pocos los que las disfrutan y porque sofisticadas operaciones de ingeniería fiscal desplazan hacia el futuro las rentas.
Son la reducción del fraude fiscal -extendida por toda la población-, la mejora del acceso al empleo y nuevas políticas de redistribución, revisando en profundidad el actual sistema fiscal, los elementos que mejor contribuyen a que la desigualdad no se incremente. En la reducción del fraude hay un problema de recursos para combatirlo, pero también uno cultural en determinados países -especialmente mediterráneos- que toma tiempo mejorarlo por la falta de tradición y porque socialmente se ha estimulado. Pero, insistimos, las causas principales se encuentran en la intensa introducción de nuevas tecnologías, en un proceso que podemos calificar como una carrera entre la educación y el cambio tecnológico, y en las dificultades de acceso al mercado de trabajo, especialmente de los más jóvenes.
En España, al contrario que la mayoría de los países occidentales, la desigualdad ha disminuido en el periodo que va desde mediados de los ochenta hasta principios de la década actual, situándose por debajo de Italia o Portugal, pero por encima de Alemania o Francia. Durante el mencionado periodo de análisis, el 10% de la población española con mayores ingresos recibía rentas 11 veces superiores al 10% con menores ingresos. Sólo el 1% más rico mejoró ligeramente su renta, del 8,4% al 8,8%, contrastando con países como el Reino Unido, en donde se duplicó su participación -un efecto directo de la City-. Sin embargo, los últimos datos disponibles para realizar comparaciones internacionales apuntan claramente a que la desigualdad está incrementándose también en España.
La tendencia a una menor desigualdad en nuestro país contiene varias variables explicativas. En primer lugar, durante las dos décadas de análisis, las diferencias entre el 10% más alto y más bajo de la escala salarial se redujo en un 20%, mientras crecía en los restantes países. Esto significa que el empleo aumentó en mayor medida entre los niveles bajos de retribución que entre los más elevados. En segundo lugar, los trabajadores con menor remuneración aumentaron el número de horas trabajadas (y, por tanto, su remuneración). Además, los servicios públicos han ido ganando en intensidad en España antes de la crisis, contribuyendo al mismo fenómeno. Pero fue, sobre todo, el aumento del empleo antes de la crisis la que mejor explica la reducción en las diferencias. En concreto, el 70% se debió a la creación de empleo. Ahora es también la destrucción de empleo lo que mejor explica el aumento de la desigualdad.
No hay recetas fáciles para reducir de manera inmediata la creciente desigualdad de rentas en los países occidentales. Las medidas más impactantes se insertan en procesos que surten sus efectos lentamente y a largo plazo. Necesitamos crear más empleo y que éste sea de mayor calidad porque los avances tecnológicos y el impacto de la globalización de la economía impiden crear los empleos del pasado, menos sofisticados y más protegidos de la competencia.
Lógicamente, una mayor educación es un requisito imprescindible. Pero la educación, tanto básica y secundaria, como universitaria, tiene que estar mucho más orientada a las posibilidades de la oferta de empleo del mercado. Satisfacer esta necesidad requeriría cambios profundos e inmediatos en nuestro sistema educativo. Pensemos en los profesionales que salen de nuestras universidades formados para sectores que jamás van a absorber a los egresados, ya sea en el sector de la construcción o en el de la información, por citar dos claros ejemplos. Habría que tocar intereses creados e inmovilismo. Pero ni los intereses particulares ni el inmovilismo han conducido jamás al progreso.
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