Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
la esquina
EL ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, está concentrando en su persona todo el malestar ciudadano contra los recortes. Es el peor valorado en las encuestas, donde se sitúa por debajo incluso de su colega de Sanidad, que tampoco le va a la zaga en materia de tijeretazos socialmente dolorosos.
Será tal vez porque aparenta ser el ministro más desacomplejado a la hora de defender la inacabable poda del Estado de bienestar, hasta el punto de que pretende hacer creer a los españoles que los recortes servirán en realidad para mejorar la calidad de la enseñanza, y habla y actúa con un desahogo más propio del tertuliano que fue que del ministro que es.
Le preparan una huelga general en el sector, cuya avanzadilla y ensayo se organizó días atrás con manifestaciones en diversas capitales. En la que yo vi, que era de estudiantes universitarios, se corearon gritos antisistema del tipo "le llaman democracia y no lo es" y se desplegó una pancarta tristemente expresiva de la desorientación de quienes la llevaban: "Fuera empresas de la Universidad". Ni siquiera creo que representara el sentir de la mayoría, preocupada, con razón, por su futuro. Sólo el abandono de la labor investigadora, por ejemplo, es motivo más que suficiente para protestar.
No lo es, por el contrario, la idea de Wert de aumentar las tasas de las matrículas universitarias para acercarlas mínimamente al coste real de los estudios, y sobre todo, aumentarlas progresivamente para los alumnos que suspendan. Se debería convencer a la gente de que a la sociedad le cuesta muchísimo dinero, en impuestos, mantener unos porcentajes tan altos de estudiantes universitarios como para permanecer impasible ante aquella parte de ellos que vive como estabulada en las aulas, suspendiendo una y otra vez y derrochando impunemente la inversión que se realiza en su formación.
Inversión que, al menos en España, beneficia sobre todo a los hijos de clase media y alta, puesto que entre las clases populares el fracaso se deja ver ya en los niveles inferiores, abandonando los estudios antes del Bachillerato o vegetando en él. La verdad es que la situación actual poco tiene que ver con la igualdad. Más igualitario es que los malos estudiantes procedentes de la burguesía se vean obligados a pedir a sus padres que les costeen su indolencia en vez de endosársela al Estado y que ningún buen estudiante que se aplique y saque las notas que la autoridad académica fije como mínimas vea cerradas las puertas de la Universidad por carecer de recursos, lo cual exige un sistema justo y transparente de becas. En cambio, la presunta igualdad que supone repartir ordenadores gratis a todo el mundo es más bien desigualdad e injusticia. Hay que aclararse.
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